Vergüenza

1.f. Turbación del ánimo, que suele encender el color del rostro, ocasionada por alguna falta cometida, o por alguna acción deshonrosa y humillante, propia o ajena

4.f. Deshonra o deshonor

Diccionario de la Lengua Española

(DRAE, 22ª edición)

La crisis de RTVV, con ese aquelarre de periodistas confesando las miserias propias y ajenas y la Generalitat demostrando una vez más que no sabe dónde tiene ni la mano derecha ni la izquierda, así como el informe del mal llamado consejo de sabios, que en definitiva asienta la idea de recentralización de España que Mariano Rajoy siempre ha tenido en mente y para la que la Comunidad Valenciana, en quiebra y sin liderazgos ni políticos ni sociales, parece ser la cobaya ideal, han hecho pasar a un injusto segundo plano otro escándalo más: el de las maniobras para conseguir el indulto de Pedro Hernández Mateo.

El que fue entre 1988 y 2011 alcalde de Torrevieja, la quinta ciudad en población de la Comunitat Valenciana, ha sido condenado por los tribunales a prisión por el amaño de la contrata de basuras del municipio, una contrata de más de cien millones de euros. Hernández Mateo, que cuando inició su carrera política era empleado de una farmacia y hoy tiene un patrimonio considerable, cuyo origen, al menos en parte, está siendo investigado, tiene abiertas todavía otras causas en las que se le acusa de graves irregularidades. Cuando todas esas irregularidades fueron denunciadas, fundamentalmente por este periódico, Hernández Mateo inició un proceso inquisitorial contra periodistas y oposición, a los que si hubiera podido él mismo habría encarcelado, como en más de una ocasión confesó. Ahora que el sentenciado por los tribunales es él, ya ni se pavonea, ni amenaza ni persigue: pide que pasemos página y pelillos a la mar.

Que lo haga él, es comprensible. Nadie quiere ir a la cárcel. Lo escandaloso de lo que está sucediendo es que lo pida el actual alcalde, Eduardo Dolón, de quien los miembros de la máxima dirección de su partido no se privan en admitir que ha sido la gran decepción de esta legislatura. O que lo reclame el diputado de Turismo, también concejal torrevejense, Joaquín Albadalejo, sin cortarse un pelo, mediante un incalificable (incalificable, no porque no se me ocurran calificativos, sino por no ir yo también a la cárcel) artículo remitido a este periódico, y siga siendo diputado de Turismo a estas horas. O que alcalde y concejales del gobierno municipal reclamen la rúbrica a colectivos vecinales, asociaciones de todo tipo y funcionarios, lo que no deja de ser un modo de coacción.

Pero el colmo del desahogo es que la mayoría de los parlamentarios del PP hayan firmado también esa petición de indulto, con excusas tan peregrinas como las que declaró el impulsor de la cosa, el oriolano Andrés Ballester: que amañar una contrata no es corrupción (!), que a él no le gusta que nadie vaya a la cárcel (!!) y que la prisión debería dejarse para casos «de corrupción o asesinatos» (!!!). Sí: este semoviente es diputado.

Estos parlamentarios del PP -el 85%, por lo que se ve- que se movilizan en defensa de su conmilitón pillado en delito, son los mismos que con su soporte al Gobierno de Rajoy y al de Fabra, sin rechistar ni preocuparles las consecuencias, han causado lo que, a la vuelta de página, resume hoy INFORMACIÓN. A saber, que desde que se inició la crisis se han reducido ocho millones en becas de comedor, no hay ni un euro para libros, tenemos dos mil profesores menos y los que saldrán en cursos venideros, padecemos ratios de alumnos por aulas que no se veían desde el franquismo, 238.000 personas dependen de la caridad, los jubilados pagan el 10% de los medicamentos, las listas de espera se han disparado, mil médicos han sido jubilados forzosamente y se han ejecutado (nunca mejor traído el verbo) recortes en tratamientos para enfermedades graves como el cáncer... Y eso sólo por lo que respecta a la Generalitat, sin entrar en los hachazos que semana sí, semana también, nos propinan el ministro Montoro o el histriónico Wert.

Pero ellos no se manifiestan por eso. Ni hacen escritos. Ni interpelan en las Cortes. Ni votan en contra de ninguno de estos padecimientos. La alegre muchachada del PP en lo que estampa su firma es en un papelito para que indulten a su amigo Pedro, que total sólo hizo un apaño de cien millones. Andrés Ballester dice que eso no es corrupción: claro, en la época era costumbre.

He escrito pocas veces esto, pero hoy toca: no tienen vergüenza. En ninguna de las acepciones del diccionario. Y provocan vergüenza ajena. Han sido colocados donde están, con los privilegios del puesto, para defender a los ciudadanos, pero se ocupan de machacar a éstos y arropar a su compadre. Jorge Bellver, el portavoz popular, ha perdido el crédito que pudiera tener permitiendo que en una reunión del grupo un documento así se pase a la firma. Y los dirigentes del Consell y del PP no le van a la zaga por no haberlo firmado: también Pilatos se lavó las manos y no escapó por ello de salir retratado.

No voy a pedir otra vez que se utilice el último Estatut para lo único que de verdad podría servir, para adelantar las elecciones, porque hace mucho que escribí aquí que esa era la única salida lógica en circunstancias como las que soportamos y el tiempo me sigue dando semana tras semana la razón, así que para qué repetirse. Pero sí propondría gestos sencillos, al modo americano, como que los electores enviaran cartas a las Cortes afeando la conducta de sus teóricos representantes. No servirá absolutamente de nada, pero al menos que sepan de la indignación que producen con cada paso que dan, de la indignidad en la que hace tanto tiempo cayeron.

El PP ha perdido por completo el control. Es un partido tan peligroso como un iceberg, porque mientras se derrite va a la deriva y hunde todo aquello con lo que choca. Y porque, como ocurre con los icebergs, la parte visible, con ser una montaña, es mucho menor que la sumergida. Un gran amigo, psicólogo de prestigio en Alicante, y por tanto buen conocedor de los estados de ánimo de la sociedad, me escribía ayer mismo: «Compruebo cada vez con más intensidad que los espacios en la ciudad se van convirtiendo en foros ciudadanos, en lugares de intercambio sobre el malestar general. La gente está absolutamente cabreada con todo».

El diagnóstico es cierto. Han destruido el Estado del Bienestar y eso provoca día a día el deslizamiento hacia el estado del malestar. Pero son incapaces de cambiar, de entender las señales de la calle, de darse cuenta de que no se puede castigar a la ciudadanía y encima insultarla burlándose de ella. Sé que últimamente son demasiadas las referencias a los clásicos en estas páginas, pero es que ahí está la fuente de todo. O sea que, si Cicerón levantara la cabeza, volvería a gritarle a Catilina el Quosque tandem... ¿Hasta cuándo, PP, abusarás de nuestra paciencia?