Asistí hace unos días en Madrid a un acto en el que habló el palmerero de Elche Miguel Ángel Sánchez Martínez. Este joven, nieto de palmerer y receptor/portador de una tradición y de un oficio milenario, intervino en el transcurso de unas jornadas sobre «El Patrimonio Cultural Inmaterial a través de sus protagonistas». El encuentro permitió conocer de primera mano las experiencias y la sabiduría que atesoran algunos trabajadores en quehaceres muy singulares que detallaron ante un nutrido foro formado, entre otros expertos, por antropólogos, gestores culturales, etnólogos, sociólogos y estudiantes universitarios interesados en la Etnografía.

Para que se hagan una idea, Miguel Ángel compartió tribuna con una bordadora lorquina, con un navatero aragonés y con un pastor de cabras granadino. Los cuatro explicaron el pasado, el presente y el futuro de unas tareas, enraizadas con la cultura más ancestral, que en unos casos están ya prácticamente extinguidas, en otros se muestran muy vivas y en otros perviven a duras penas. En España, por poner un ejemplo, únicamente quedan 200 palmereros, de los que cien perviven en Elche. Apoyando su intervención en imágenes, que fue proyectando a través de un detallado Powerpoint y de un interesante vídeo, el palmerer ilicitano desglosó ante una interesada y especializada audiencia los duros y arriesgados trabajos que se llevan a cabo en el milenario bosque que caracteriza a nuestro término municipal. Sorprendieron a los asistentes, y mucho, las diversas labores que ejecutan suspendidos en el tronco o a pie de bancal: «Entaconar», «muñir», «encaperuzar», «ñigar», cortar «ramasos»,«desgrunar» «escarmondar», coger los dátiles con la «corda», la «saranda» y el «sebail» en ristre; «triar», afilar la herramienta etc. Siguió detallando otras tradiciones y actividades artesanales que tienen a la palmera como eje central: La antiquísima costumbre local de les «Atxes», que tiene su luz propia en la noche de Reyes; la limpieza, conservación y trenzado de la palma blanca; los utensilios y elementos ornamentales que salen de los troncos. Remató con la recolección del fruto, que está ahora en pleno apogeo, y con su clasificación: dátiles dorados, negros, tiernos, «verdales», «tenados» y «candíos», estos dos últimos en la variedad de secos.

En fin, que este profesional dio una lección magistral sobre la entrañable palmera y su fruto.

Un producto, tan exquisito como autóctono, que en Elche y durante estos meses de plena maduración/recolección forman parte del paisaje agrícola y urbano e incluso hasta te pueden caer encima al pasar por algunas zonas «sembradas» de emblemáticos ejemplares.

Pues bien, y ahora viene el contraste. Mientras le explicaba todo esto a una curtida maestra que da clases desde hace años en nuestra ciudad, me echó un jarro de agua fría que congeló mi rica vivencia en las jornadas madrileñas que les acabo de contar. Ocurrió hace unos días en un colegio de Elche cuando la docente se llevó un «capurucho» repleto de deliciosos dátiles recién cogidos y se los mostró a los perplejos escolares con el fin de que identificaran el fruto y la planta que lo produce. Me asegura la profesora que el 90 % de los niños no conocía lo que era aquella fruta tan ilicitana. La mayoría no supo contestar y, los más atrevidos, se aventuraron a responder que eran olivas/aceitunas. Tan solo un par de alumnos o tres sabían precisar, sin lugar a dudas, el producto que les mostraba la «seño», uno de ellos, por cierto, hijo de un palmerero.

La estampa que les cuento es solo una anécdota pero a la vez refleja el mundo tan global y, a veces, tan lejano en el que vivimos. A menudo lo más próximo es lo más desconocido tanto para pequeños como, frecuentemente, para adultos. Y en ese aspecto, una de las reiteradas preguntas que surgieron en el transcurso de los debates en el citado encuentro fue la labor de la comunidad escolar a la hora de dar a conocer y percibir tradiciones, costumbres, vivencias históricas y singularidades locales. El Silbo Gomero, por poner un ejemplo de un bien etnográfico declarado por la UNESCO Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, es una asignatura en la escuela. Si, si, una disciplina «reglada» que se imparte en los colegios de la isla desde el año 1999 y,de esta forma, los niños se empapan de tan peculiar sistema de comunicación isleño. ¿Sorprendente, no? Pues tenían que ver el documental que se proyectó en el mismo escenario, durante otras jornadas celebradas el pasado mes de junio, para ver el gran interés que prestan los escolares en las clases de «silbo», escuchar como aprenden con ilusión y, lo que es más emotivo, comprobar cómo padres, abuelos y bisabuelos ejercen como «tutores» y dan clases particulares del «lenguaje silbado» a sus hijos, nietos y bisnietos. Una gran vivencia intergeneracional entorno a un legado tan curioso como único.

Repito que el caso de los dátiles en el aula es una mera anécdota y el del Silbo Gomero es un simpático ejemplo. Es decir, que ni hay que implantar la «asignatura» en Primaria ni exigir a los niños que, cual lista de los reyes Godos o tabla del cinco que memorizábamos en mis tiempos, se sepan de carrerilla las variedades del fruto que dan las «phoenix daftyliferas», no. Pero hay un gran abismo entre la enseñanza que impartió el palmerero en el Instituto del Patrimonio Cultural de España (IPCE) sobre un oficio tan ilicitano como autóctono, y el desconocimiento que, por lo que se ve, existe a nivel escolar, salvo excepciones puntuales en algunos colegios, entre ellos el de Pusol.

¡Ah!, por cierto, Miguel Ángel recibió un prolongado aplauso pues, entre otras cosas, impresionaron las imágenes que proyectó subiendo hasta la «balona» en un trabajo de altura. Y ni les cuento las vistas que se percibían de la ciudad de las palmeras desde el «aire». Todo un mundo.