Nos vamos acercando al ecuador del Gobierno (el 20 de noviembre hará dos años de la aplastante victoria del PP) y, cada vez con más frecuencia, me ocurre un fenómeno bien extraño. Me explico: es ver a Rajoy y? ¡zas! me da una paramnesia. Un déjà vu, como decía mi abuela, una «revivencia»... Ya saben, aquello de sentir que se ha experimentado previamente una situación nueva. O de que se conoce a una persona. Pongo la tele, sacan al presidente, y? ¡flush!: emerge en mi mente el retrato de Fernando VII. Abro el periódico, veo una foto de Rajoy y? ¡zaca!: el difunto monarca a caballo en mi cabeza.
Lo cierto es que se dan un aire. Al del cuadro, le quitan la capa, le ponen las barbas y le añaden las gafas? ¿lo tienen? Échenle un poquito de imaginación ¿se parecen, o no?
No voy a hablarles de Rajoy. Sería una tontería porque de él se acuerdan, fijo. Algunos y algunas, varias veces al día. Pero no sé yo si tienen tan localizado a Fernando VII. La mayoría (excluidos los que vienen de la LOGSE, que a la luz de lo que propone Wert no debieron aprender mucho) lo estudiamos en historia en el colegio. Sí, hombre, sí. Este señor era el hijo de Carlos IV y de María Luisa de Parma que tuvo que abdicar en Bayona cuando la ocupación del ejército de Napoleón. Le hicieron preso y fue esperado como el gran benefactor por muchos intelectuales y liberales. De hecho, tan anhelado era, que las Cortes de Cádiz le reconocieron como legítimo rey. Se le apodó «el deseado» porque su gobierno era ansiado por la ciudadanía y su popularidad inicial notable.
Como Mariano. Sin ser nunca un icono del encanto, el gallego alcanzaba en el barómetro del CIS previo a los comicios de 2011 una nota record: 4,43. En aquel entonces (qué tiempos, ¿no?) casi lograba aprobar. Sopas con hondas le daba a un ZP «descafeinado». Su valoración no era extraña porque, en un clima de desafecto y de desilusión generalizada, nos planteaba, erigiéndose en salvador, sus «100 propuestas para el cambio». La esencial: reducción del paro. Los españoles (incluidos algunos de la oposición) las esperábamos como agua de mayo. Y así, como la Jurado, Mariano, entre los suyos, se convirtió en «el más grande», superando incluso a su exjefe Aznar y arrasando con 186 diputados.
Pero vuelvo a Fernando VII, que me voy del tema. Tras la guerra, el país y sus arcas quedaron devastados. Cuando por fin se expulsó a José I Bonaparte, el rey cautivo volvió. Resultó un tanto autócrata, con nula sensibilidad hacia la ciudadanía, a la que traicionó. Restauró el absolutismo, derogó la Constitución de Cádiz y persiguió a los liberales que le habían apoyado. Vamos? toda una desilusión.
Casi tanta como la que nos llevamos muchos en aquellos primeros «viernes de pasión» en los que el Consejo de Ministros de Mariano incrementaba el IRPF y el IBI, recortaba el gasto público, nos congelaba el sueldo a los funcionarios, suspendía oposiciones, paralizaba el calendario de la aplicación de la ley de dependencia, suprimía la renta básica de emancipación? y un largo etcétera. Vamos, todo lo que ya ustedes saben.
Bueno, a lo que íbamos. Fernando VII lo tuvo que hacer fatal. Hasta el punto que la última fase de su reinado se conoce como la llamada Década Ominosa. Parece ser que realizó política de espaldas a sus súbditos que tanto le habían querido. No sé si en aquél entonces se estilaba eso de incrementar el gasto en asesores y reducir personal laboral, pero el caso es que este rey debía estar rodeado de aduladores que no le advirtieron de que estaba perdiendo popularidad. Y así las cosas, pasó a los anales de la historia de España como el Rey Felón.
Decía James Baldwin que la gente está atrapada en la historia y la historia está atrapada en la gente. La suerte es que ahora existe el CIS para marcar en rojo los «suspensos» y advertir a los políticos de cuándo la ciudadanía desconfía de ellos. Desconozco si, de haberlo tenido, Fernando VII habría sabido, podido o querido rectificar.