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Las trampas de un ministro en horas bajas

Uno de los programas de más éxito de la Unión Europea ha sido y es el programa de movilidad universitaria Erasmus. Este programa es más que la movilidad de estudiantes entre universidades europeas (tiene movilidad de profesores, la posibilidad de crear redes de universidades para dar cursos conjuntos, etcétera), pero ha sido este aspecto el que ha funcionado mejor. El programas Erasmus contribuye como ninguna otra acción europea a un mejor conocimiento de los ciudadanos europeos, a la eliminación de fronteras y a la desaparición de tantos clichés que los nacionalismos contribuyen a crear.

Por eso ha sido imitado en algunos países con caricaturas del mismo (el programa SICUE-Séneca, algunas redes basadas en lenguas o identidades, etcétera). Este programa proporciona tres ventajas a los estudiantes que participan del mismo: 1º) Les introduce en un país y sociedad relativamente distinta a la suya y les obliga a «independizarse» y organizarse por sí mismos. Esta es una cualidad cada vez más necesaria y apreciada por las empresas a la hora de contratar trabajadores. La disposición y capacidad para moverse y trabajar en otros países, conociendo otra «cultura» y costumbres. 2º) El programa les facilita el conocimiento de otro idioma y les obliga a realizar su aprendizaje durante su tiempo de estancia en una lengua distinta a la suya. El programa Erasmus para un país como España, que se caracteriza por el bajo nivel de conocimiento de otros idiomas que tienen sus ciudadanos en general, ha supuesto un importante salto cualitativo en esta materia. La mejora de capital humano que el programa Erasmus, desde su introducción a mediados de los noventa, ha supuesto para nuestro país, es uno de los aspectos más relevantes de nuestra sociedad. Tal es el éxito del programa que lo que hoy sorprende es que alguien que haya pasado por la Universidad no haya tenido esta experiencia. 3º) Permite a los estudiantes al estudiar en otra Universidad europea conocer otros métodos y técnicas de aprendizaje, así como optar a asignaturas de especialidades que no se den en su propia Universidad.

Por otro lado, el programa Erasmus también ha obligado a que las universidades de toda Europa hicieran un esfuerzo en internacionalización. Les ha forzado a presentar su oferta en otros idiomas (normalmente en inglés), a organizar la salida de cientos de sus estudiantes y a recibir a otros tantos de muy diversos países europeos buscando desde alojamientos adecuados, hasta cursos de idiomas para ayudarles a su conocimiento. Las universidades han tenido que abrirse y flexibilizar sus estructuras, permitiendo las convalidaciones de nuestros estudios por estudios similares realizados fuera, lo que también ha obligado a conocer mejor el contenido de esas materias fuera potenciando una mayor interrelación (aunque hoy este aspecto esté ralentizado). En definitiva, las universidades mediante este programa se han dado a conocer en el resto de Europa y han tenido que prestar atención a la competitividad y calidad de las otras.

Tal es el éxito de este programa que se nota un cierto impasse y acomodo del mismo, una falta de nuevos impulsos, aunque se haya empezado a desarrollar nuevas iniciativas para abrirlo a países no europeos, por ejemplo la Universidad de Alicante (y otras) han desarrollado programas de movilidad no europea para satisfacer la demanda creciente de estudiantes que deseaban tener esta experiencia pero fuera del espacio europeo o bien que deseaban volver a salir (la experiencia Erasmus solo puede darse una vez por alumno, sea un semestre o un curso académico completo).

Este programa funciona y hay una regla no escrita que todo dirigente o responsable debería seguir y es la de que «aquello que funciona bien no lo toques». No es la primera vez que observo cómo personas mediocres intentan hacer cambios innecesarios en este programa para ponerse al frente del mismo y apropiarse de sus éxitos. Cuando esto se hace en una Universidad aislada suele ser inocuo al cabo de poco tiempo por la misma fuerza del programa. Pero cuando lo hace el ministro y con carácter general, la cosa es diferente. Esta absurda medida de eliminar las ayudas del Ministerio a los estudiantes en general para concentrarlas en unos pocos que ya reciben becas, es pura demagogia. No solo es que desea su aplicación con carácter retroactivo, sino que esa ayuda es muchas veces el elemento que decanta la decisión del estudiante y su familia en que salga fuera. Puede afectar a la decisión futura de muchos estudiantes y reducir considerablemente el número de los mismos que salgan fuera. Es una mala idea y tiene un propósito político. Un ministro en horas bajas y contestado quiere salir ante la opinión publica como paladín de los desfavorecidos y quitar argumentación a sus oponentes. No lo hace por mejorar un programa que ya es bueno, sino por la lucha política. ¿Donde están los estudios del impacto de esta medida? Dado que no existen, o bien es una ocurrencia para «compensar» el malestar que el fuerte encarecimiento de las tasas universitarias ha generado en estudiantes y familias (abriendo además un nuevo frente) o bien es un globo sonda para ver cuál es la reacción de las propias universidades. Pues bien, reaccionemos y pidamos al Ministerio que recapacite y si quiere compensar a los que tienen becas que aumente la cuantía para los que salen fuera (se puede redistribuir el total antes que eliminar), y en última instancia, y puesto que parte de los fondos que reciben los estudiantes proviene de la Comisión Europea, llevemos el tema ante la propia Comisión.

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