Lo que les voy a contar hoy no es una historia basada en hechos reales sino la historia de la realidad que viví, o más bien sufrí, hace unos días. Por motivos profesionales tenía que desplazarme a Madrid y quería aprovechar para comer con una amiga y un amigo que trabajan en el grupo parlamentario socialista del Congreso de los Diputados y a quienes hacía tiempo que no veía. A fin de entretener la espera hasta que se liberaran de sus ocupaciones, les solicité unos días antes que me cursaran una invitación para asistir a la sesión plenaria de la Cámara que tenía lugar el miércoles. He estado muchas veces allí pero nunca en las tribunas del Hemiciclo así que pensé que era la ocasión idónea para hacerlo, aunque los temas de la sesión no me interesaban demasiado. Y aquí empieza la historia.

Mi amiga me acompañó al acceso y el ujier comprobó el listado de invitados, detectando que el segundo apellido de mi DNI no coincidía con el del listado. Aunque ambas explicamos el motivo de la confusión, la Policía Nacional allí destinada, que mientras tanto se había puesto unos guantes de látex, me comunicó que si quería acceder a las tribunas habría de someterme a un «cacheo integral». Me metieron en un cuartito adjunto y esa policía, acompañada de otra, me pidió que me desnudase. Sí, como lo leen. Decidí colaborar, a pesar de la gravedad del asunto, pues un cacheo allí se hace con la finalidad de comprobar que no portas armas u objetos peligrosos, pero no requiere despojarse de la ropa. Sólo ataviada con el sujetador de cintura para arriba, me pidieron que me sacase los pantalones. Les advertí que llevaba el tanga más feo del mundo, pero ni por esas. Me bajé los pantalones hasta los tobillos y, aunque no lo exterioricé, me sentí profundamente humillada.

Esta sensación no hizo más que agravarse cuando una de las dos policías me acompañó a la tribuna y tomó asiento a mi lado durante la media hora que permanecí allí. Hacía una semana exactamente que desde ese mismo lugar las activistas de Femen habían reivindicado el derecho al aborto con sus torsos pintados. No puedo evitar sospechar que fui investigada previamente. Las mujeres que defendemos pacíficamente nuestros derechos somos, por lo visto, peligrosas. Y creo por ello fui tratada como una delincuente aun sin haber cometido delito alguno.

Al día siguiente Ana Botella y Rita Barberá ocuparon esa misma tribuna, pero no creo que pisoteasen sus derechos fundamentales a la integridad moral y a la intimidad como lo hicieron con los míos. Que yo sepa, la Constitución sigue vigente, así que voy a denunciar al responsable: el presidente del Congreso.