Si hay un sector no exportador que en plena crisis económica ha experimentado un inusitado auge en España ése es, sin duda, el de los «coach», palabra inglesa que comenzó definiendo al entrenador deportivo, se amplió al preparador para el triunfo empresarial y hoy en día se ha extendido hasta a las técnicas para ligar sin abandonar el sillón, de modo que es poco menos que imposible moverse en cualquier ámbito sin toparse con alguien que te quiere mostrar y hacerte accesibles las claves del éxito, las llaves del triunfo y los secretos de la felicidad.

A riesgo (asumido) de pecar de simplificación, el método que propagan para lograr estos fines se basa en último término en el axioma de que si piensas en positivo actuarás en positivo y si actúas en positivo vivirás positivamente, es decir, exitosa, triunfal y felizmente, algo que no deja de ser una pirueta en el vacío del pensamiento mágico y que tiene el mismo rigor científico que afirmar que si uno piensa que le va a tocar la lotería le tocará la lotería o que si pone al mal tiempo buena cara éste escampará, puntos de cuya falsedad puede dar fe la práctica totalidad de la humanidad, incluido, a su pesar, el aquí firmante.

Si a la letanía del pensamiento positivo se le unen ciertas dotes oratorias próximas a las del vendedor de crecepelos y una puesta en escena calcada de un telepredicador, tenemos ya así perfilado el «coach» de manual, en cuyo currículum de presentación no pueden faltar nunca el éxito empresarial o el triunfo desde la nada que, dando por supuesta su veracidad, avalarían sus palabras si se demostrara que las recetas son replicables fuera del mundo de los fogones.

No es difícil convencer a un auditorio de que el más pobre de entre ellos o el mísero de solemnidad de una sociedad como la española es más rico que el 90 por ciento de los mortales, y que esto debería consolarlo o incluso arrancarle una sonrisa agradecida, pero ya es más complicado, si no cruel, hacerle creer que la culpa de su situación de (relativa) pobreza, desempleo o insatisfacción recae absolutamente en cada cual y que por tanto la solución es única y exclusivamente individual. Desde esta perspectiva cualquier crisis es meramente personal y el cambio social y la justicia no traspasan el diván del psicoanalista.

Unamos a la filosofía «coach» del individualismo el canto al emprendedurismo que nos acompaña desde todos los estamentos y habremos creado el monstruo que ya ha devorado a cientos, si no a miles, de pequeños aventureros inducidos a los que nadie ha advertido de las estadísticas de destrucción de miniempresas, creadas desde la ilusión de los prestidigitadores y desde la falta de formación, todos en busca de ese nicho de mercado que les han prometido encontrar y que se convierte, a la postre, en el nicho propio.