Es el momento de que los líos de los políticos no arruinen la recuperación económica». Esta frase, dicha por cualquier persona en la calle, podría servir para el inicio de un debate sobre el tema de la influencia de la política en el devenir económico de una sociedad. Lo que convierte a esta frase en incalificable es que fue pronunciada el pasado sábado, día siete, por Esteban González Pons en un acto político del PP, en Gandía y servida por este partido a las televisiones para que fuera destacada, como así fue, en los telediarios. Produce perplejidad oír a un profesional de la política hablar en términos despectivos respecto de lo que constituye su actividad pero, después de pensarlo, la frase enciende algunas alarmas.

¿Qué interés tiene un alto dirigente del PP en denigrar la actividad política, reduciéndola a una fábrica de líos y qué interés tiene el PP en poner altavoz a semejante despropósito? La frase no ha sido improvisada; responde a la voluntad de trasladar un mensaje a los ciudadanos en hora y día de máxima audiencia. El mensaje es simple y brutal: la política es peligrosa para la recuperación económica que ya está en marcha. Es la puesta al día del viejo sueño del franquismo irredento y de todos los autoritarismos, que abominan de la actividad política, asimilándola al conflicto, mientras proclaman las bondades de una gestión «aséptica» o «técnica» de los asuntos públicos, fundamentalmente de la economía. Nunca creí que volviéramos a oír esta rancia prédica anti-política.

El objetivo del PP es evidente: se trata de convencer a los ciudadanos de que la economía ya se está recuperando y de que debemos dejar de hablar de su financiación irregular, de los procesos judiciales por corrupción, de Bárcenas y de las responsabilidades de Rajoy, so pena de poner en peligro esa recuperación. En primer lugar, habría que discutir la existencia de la recuperación. El Gobierno ha echado las campanas al vuelo por un dato mínimamente positivo respecto del empleo, originado por la actividad veraniega y por un aumento del 8% en las exportaciones. La rebaja de los costes salariales, provocada por la reforma laboral, está permitiendo que nuestros productos sean más competitivos en el mundo, a costa del sacrificio de los trabajadores. Aún así, habrá que recordar que las exportaciones aumentaron un 15% en 2011 y un 16% en 2010, para rebajar la euforia.

Pero lo grave no es que el Gobierno quiera convencernos de que la recuperación está en marcha, con tan poco fundamento. Lo grave es que el PP quiera utilizar ese argumento para desacreditar la actividad política en un momento de grave desafección ciudadana hacia el sistema. La sensación que transmiten es que no alcanzan a comprender cómo pueden estar contra las cuerdas, políticamente hablando, cuando controlan casi todos los resortes de poder del país y gobiernan una abrumadora mayoría de las instituciones. En esas condiciones, su reacción instintiva es de rechazo a la actividad política, que es lo que les ocasiona los problemas. Su sueño sería disponer del poder sin los inconvenientes del debate político, lo que resulta incompatible con el sistema democrático. Por eso están embarcados en una notoria deriva involucionista. Con declaraciones como las de González Pons, las fotografías de militantes del PP con la bandera preconstitucional dejan de ser una anécdota. Como dice el diputado Josep Moreno, ¿de qué pueden tener nostalgia los que ondean esas banderas, cuando su partido tiene más poder que el que jamás tuvo cualquier otra fuerza política en democracia? Si dominan casi todo, ¿qué más pueden querer? Sólo se me ocurre que añoren un sistema sin oponentes, sin debate, sin crítica, en el que puedan someter todo y a todos. Es el sistema que se ajustaría a lo que requiere González Pons: gestión económica sin líos políticos. Que vuelva el Régimen.

Muchas actuaciones van en esa dirección. Fabra intenta instalar la idea de que, para abordar la crisis, a la Comunidad Valenciana le conviene reducir el número de diputados. Mientras han ido ensanchando el número de altos cargos, de forma exagerada y sin razón que lo justifique. Es la misma lógica: más ejecutivo, más gestión de ordeno y mando y menos política. El argumento de la reducción de diputados ha servido para intentar disfrazar su insoportable insignificancia política y su falta de coraje para defender una reforma del Estatut que habría de colocarnos al nivel de comunidades como Cataluña, Andalucía, Aragón o Baleares. No importa que dos parlamentos, el valenciano y el del Estado, hayan tenido que hacer el ridículo y vulnerar los reglamentos, esta semana. Después de todo, en los parlamentos es donde se hace política y la política, ya se sabe, son sólo líos. Pretenden sembrar en terreno que creen abonado en la calle: el terreno del descrédito de la política.

Además de ocultar sus vergüenzas y sus trapicheos, les gustaría hacer creer que su política económica responde a criterios técnicos, inevitables. No hay nada más falso. Su política económica responde a su concepción neoliberal de la sociedad y a su voluntad de acabar con el modelo de Estado del Bienestar que habíamos empezado a construir en España. No hay nada más político que la decisión de que el precio de la crisis lo paguen los trabajadores, vía rebaja de los costes salariales y aquellos que necesitan, forzosamente, de los servicios públicos.

Propiciar que los ciudadanos den la espalda a la política, además de un ejercicio inútil, constituye una actitud irresponsable. No hay mayor factor crisis, para cualquier sistema político, que la desafección ciudadana. Todavía no han entendido que la estabilidad de los sistemas no la garantizan las mayorías absolutas en los parlamentos, sino la amplitud de la participación ciudadana y la fortaleza de los consensos que se construyan. Qué ceguera la suya.