Podría decirse que el president Fabra ha tenido una mala semana. Esa que empezó con la renuncia -forzando los procedimientos y no sé yo si la legalidad- a hacer valer en Madrid un reparto justo de las inversiones del Estado que comience a corregir la discriminación de la Comunidad Valenciana, siguió con la publicación -también es mala leche la coincidencia- de la cuenta de explotación de la Generalitat, que de haber sido una sociedad anónima tendría ya a todos sus consejeros desfilando por la Audiencia Nacional y acabó el viernes por la noche con el tradicional acto que los fines de verano reúne desde hace años en Elche al PP, un acto en el que se contabilizaron menos asistentes que cargos tiene el partido, no ya en la Comunidad, sino en la provincia de Alicante; en el que todo el mundo se miraba de reojo y algunos, como el niño de «El sexto sentido», veían muertos que aún no saben que están muertos; en el que reinaron la tensión y las contradicciones; y en el que el único discurso político digno de tal nombre no fue el del jefe del Consell, que navegó entre el tópico y las buenas intenciones -esas con las que dicen que el infierno está empedrado-, sino el de alguien a quien muchos señalan (mientras él se deja querer, aunque no quiere) como su sucesor al frente de la candidatura popular: el ministro García Margallo. Podría decirse, arrancaba este artículo, que el president Fabra ha tenido una mala semana. Pero seguro que ni él mismo me desmentirá si escribo que en realidad ha tenido un mal año. ¿Que cuánto lleva en el poder? Si quitamos las vacaciones, dos. Y ninguno ha sido bueno, transcurrido el primero bajo la sombra de Camps y los escándalos que le testó y sometido el segundo al bombardeo de quienes ahora están convencidos de que relevarlo es la última bala que les queda para conservar el inmenso poder que el PP aún acumula en estas tierras. Deuda, recortes, impagos, rebeliones, corrupción... Socorro.

Sea por mala conciencia -él fue el que respaldó a Camps para que hundiera esta Comunidad por debajo de todas las demás y la desarmara ante la crisis, a cambio de ganar un congreso-, sea por un nuevo error de cálculo, lo cierto es que Rajoy huye de esta tierra como de la peste. Aunque el caso Bárcenas ha roto su estrategia, el presidente del Gobierno ha fiado desde el principio la continuidad del PP al frente de la Administración española a una sola carta: la de que la economía dé signos suficientes de recuperación cuando lleguen en 2016 las elecciones generales. Hombre, más que perseverante, alérgico a cambiar de planes, está dispuesto, pese a las advertencias que con buen criterio hizo el viernes por la noche Margallo, a aguantar el castigo que al PP se le viene encima cuando dentro de menos de un año se celebren las elecciones europeas, y a sacrificar comunidades y ayuntamientos, vidas y haciendas, en las municipales y autonómicas de 2015. Sólo él y 2016 cuentan.

Resulta sin embargo paradójico, por no decir suicida, que quien quiere continuar en la Moncloa después de esa fecha, castigue de la manera en que lo está haciendo a una comunidad como la valenciana, sin cuyos votos se hace muy difícil pensar que Rajoy pueda seguir gobernando, teniendo en cuenta que en la de Madrid también puede desangrarse el PP. Pero el caso es que lo hace, e informaciones como la que preside hoy la portada de este periódico, la de que en Alicante lo que se enterrará no son las vías del tren que divide una parte de la capital, sino cualquier infraestructura importante pendiente en la provincia, todas ellas borradas de los presupuestos, demuestran hasta qué punto no sólo Rajoy no tiene intención alguna de corregir el déficit de financiación e inversiones que padece esta comunidad, sino que sus actos van justamente en el sentido de agravar aún más esa discriminación.

Así las cosas, con 39.000 millones de hipoteca, como publicaba este periódico el viernes; con 5.000 millones de euros en impagos que repercuten en la mayoría de los casos en pequeñas y medianas empresas que tienen que cerrar; con una tasa de desempleo superior a la media española pese a que ésta es de récord; siendo la Comunidad que peor trata a las personas dependientes; con más de dos mil millones de euros recortados en Educación y Sanidad en los últimos dos años, despidiendo profesores, hacinando las aulas, jubilando a los mejores médicos, restringiendo los tratamientos hasta de las enfermedades más graves, destruyendo en suma el Estado del Bienestar para nada, porque lo que se ahorra (?) se lo comen los intereses al día siguiente; con una situación así, digo, necesitaríamos un líder fuerte y, como pidió Margallo el viernes, un discurso claro.

Pero no lo tenemos. Lo sucedido el martes, cuando Fabra tuvo que forzar toda la maquinaria del Consell y las Cortes, no para defender más inversiones, sino para impedir que esa reivindicación se votara en Madrid y el PP, su partido, la rechazara en el Congreso, ha terminado por confirmar que ni hay discurso ni hay firmeza en la actuación del president. Y su intervención del viernes por la noche sólo sirvió para ratificar que Fabra, que pudo ser una solución, se ha convertido por su endeblez política en un problema.

¿Qué parlamento hizo Fabra? Proclamar una vez más su compromiso contra la corrupción. Vale. Lo malo es que lo hizo sobre un escenario en el que también estaban Rita Barberá o Esteban González Pons, ninguno de los cuales ha despejado aún las dudas que caben sobre su actuación en los años del despilfarro y la impunidad. Agitar el anticatalanismo, como si los políticos catalanes no se valieran ya por sí solos para generarlo en el resto de España y porque es más fácil eso que plantar cara a Madrid. Y, por último, sacar de nuevo el espantaviejas del tripartito de izquierdas, lo que además de ser, como escribí aquí el pasado domingo, una muestra clara de la debilidad del PP a dos años de las elecciones, resulta a estas alturas de una insipidez insoportable. ¿No es con esos comunistas comeniños con quien el PP gobierna en Extremadura? ¿No es con esos catalanistas de Compromís con los que el PP ha pactado alcaldías en la Comunidad cuando le ha convenido y sin cortarse un pelo? ¿Es que el propio PP no es ya otra cosa que una coalición de intereses mal avenidos?

«O yo, o el caos», vino a decir Fabra el viernes. Y no pude evitar recordar aquella vieja viñeta publicada en la transición en la que un prócer gritaba desde un atril lo mismo y los oyentes, enfervorecidos, le respondían al unísono: «¡El caos, el caos!».