Por lo que respecta al ferrocarril, estas tierras han sido condenadas al agravio perpetuo, sin ninguna posibilidad de recurrir esta injusta sentencia. Alguien ha decidido que los habitantes de estas comarcas del interior nos hemos de dar por satisfechos con la «no supresión» del tren Alcoy-Xàtiva, aunque esto entrañe la aceptación (por los siglos de los siglos) de una línea férrea obsoleta, tercermundista y absolutamente inútil; un servicio nefasto, en permanente riesgo de desaparición, que en vez de conectarnos con el mapa de las comunicaciones modernas, nos aísla del resto del mundo civilizado como un muro invisible pero muy efectivo.

La noticia de que Fomento ha sacado a concurso el proyecto del tren de la costa, que entierra para siempre la posibilidad de unir Alicante y Valencia por el interior, ha provocado entre nosotros la previsible oleada de indignación y de quejas. La decisión del Ministerio, tomada con la total complicidad de la Generalitat Valenciana, supone una doble afrenta para este territorio: por un lado, deja muy claro que no pintamos nada en el diseño futuro de las comunicaciones de la Comunitat y por el otro, convierte en papel mojado los compromisos económicos de un viejo convenio sistemáticamente incumplido por la administración central y por la autonómica, que inicialmente estaba destinado a hacer unas leves mejoras para adecentar la impresentable línea Alcoy-Xàtiva.

La situación actual de este tramo ferroviario es, en primer lugar, el fruto de la secular discriminación con que los gobiernos de Valencia y de Madrid han tratado a estas áreas industriales, que pese a su innegable peso económico, se han visto siempre relegadas en el reparto de las inversiones públicas. Aunque el maltrato institucional es evidente, conviene realizar un ejercicio de autocrítica, que nos permitirá llegar a una conclusión mucho más cercana a la realidad: ninguna de estas afrentas habría sido posible sin la complicidad pasiva de unas comarcas incapaces de defender sus intereses colectivos, unas comarcas que han vivido ajenas a todos los debates sobre las grandes infraestructuras estratégicas y que no han mostrado ninguna habilidad para desarrollar influencias de cara al exterior.

El caso del tren es un ejemplo paradigmático. Las tímidas movilizaciones tras la amenaza de cierre de la línea a causa de los recortes consiguieron su objetivo y una vez logrado el compromiso oficial para la continuidad del servicio, el tema desapareció de las páginas de los periódicos y de las discusiones de los plenos. Ha pasado más de un año desde aquella etapa de incertidumbre y no se ha realizado ni una sola propuesta para mejorar y asegurar el futuro del tramo ferroviario. Ni los ayuntamientos, ni las mancomunidades, ni las patronales, ni las instituciones económicas han movido un dedo para diseñar alternativas y plantearlas ante la administración competente. Proyectos como la conexión con Alicante o el ramal de unión con la estación del AVE en Villena han desaparecido de la lista de reivindicaciones y se han quedado sin defensores, a pesar de que supondrían un paso de gigante en las mejoras de las comunicaciones de la zona y de que garantizarían para siempre la supervivencia del ferrocarril, al dotar de sentido a la surrealista e inexplicable línea Alcoy-Xàtiva.

Asediadas por la crisis económica y por las incertidumbres políticas, nuestras instituciones locales y comarcales han optado por la vía de la resignación y han tomado el peor de los caminos posibles: aceptar como inevitable y normal una situación que es absolutamente injusta.

Mientras nuestros líderes dan por perdida la batalla sin ni siquiera haberla peleado, los ciudadanos de estas comarcas perdidas entre montañas seguiremos instalados en la lamentación eterna por lo que pudo haber sido y no fue y cabreándonos cada vez que nos echemos a la cara un periódico y comprobemos desolados, que con lo que cuesta un kilómetro de AVE (uno de esos trenes de lujo, que se han repartido sin ton ni son por toda la geografía española y que a veces paran en estaciones en las que sólo hay dos pasajeros), se podría haber conectado Alcoy con Alicante para convertir nuestro tren en un verdadero servicio público, con el que podríamos entrar orgullosos en el siglo XXI.