De forma constante, las encuestas y sondeos de opinión pública expresan la preocupación de los ciudadanos por la política y los políticos como uno de los problemas que más afectan a la sociedad española. Esta inquietud ciudadana tiene una lectura negativa ya que está asociada a la corrupción y otras prácticas poco éticas que son mal vistas socialmente y en algunos casos delictivas. Podría inferirse de esta afirmación que a la ciudadanía no le interesan las cuestiones políticas, e incluso que estamos ante una sociedad apolítica o antipolítica. Pero nada más lejos de la realidad. Se trata de un hartazgo del bipartidismo hegemónico y de la arrogancia proyectada por algunos partidos políticos junto a una crítica vehemente a los cuantiosos privilegios económicos y sociales que disfrutan los representantes públicos. La política interesa a los ciudadanos y lo que se detecta es un aumento de ese interés por lo que sucede en el espacio público y que repercute a toda la sociedad.

Esta tendencia se percibe en una mayor difusión y seguimiento de los programas de contenidos políticos (la programación «rosa» ha sido sustituida por un tratamiento banalizado de la política), en la actividad de las redes sociales, en la opinión de la calle, la demanda de más debates sobre la calidad democrática y la transparencia e incluso añadiría que durante el mes de agosto la atención mediática y ciudadana hacia la actividad política sigue teniendo la fuerza que el resto del año. No podemos pasar por alto que todo este panorama se produce en un contexto crítico, donde se acusa un déficit de participación democrática, una crisis económica y financiera de enorme calado y un cuestionamiento de la representación política. Además, habría que añadirle la desconfianza y desafección ciudadana hacia las instituciones políticas. Una de las razones que se pueden aducir ante estos cambios de actitudes en los ciudadanos es que el espacio público ha pasado a tener una visibilidad como nunca antes había tenido.

Las expresiones cívicas y reivindicativas de los últimos tiempos son manifestaciones de autorrepresentación porque el ciudadano quiere representarse a sí mismo y piensa que quien mejor le representa es uno mismo. Parece, pues, que asistimos a un escenario donde una nueva percepción sobre la política está emergiendo y ello ha de servir de acicate para perseverar en una ciudadanía activa, implicada y sobre todo que exija rendición de cuentas a sus representantes políticos. La crítica política no solo ha de quedar en las manos de los medios de comunicación sino que también ha de recaer en los ciudadanos como sociedad vigilante y no quedarnos en meros espectadores o consumidores de productos manufacturados políticos. Y la solución a los muchos problemas de convivencia, si es que la hay, vendrá de la política y no de otra cosa.