Llevamos unos cuantos siglos discutiendo con los ingleses sobre la soberanía de Gibraltar. El problema de la colonia salta de vez en cuando al primer plano de la actualidad, con la reclamación española de la devolución del peñón, y luego desaparece envuelto en la neblina, sin que sepamos nada más del tema hasta que de nuevo vuelve a ser noticia y durante unos días o unos meses nos encontramos hablando todos del asunto y de la necesidad de encontrar de una vez por todas una solución que restituya la integridad del territorio español. Que sea una reclamación irrenunciable ­-aunque si alguna vez se consigue el objetivo tendríamos que ver cómo se lo explicamos a Marruecos y cómo justificamos entonces la situación de Ceuta y Melilla- no es óbice para que nos envolvamos todos en la bandera del nacionalismo y nos neguemos a ver un poquito más allá de que un trozo de nuestro territorio nos es negado una y otra vez. Es verdad que ahora existe un conflicto con los pescadores de la zona y que se están produciendo roces frecuentes motivados por la situación de paraíso fiscal de Gibraltar y el tráfico de drogas, pero no lo es menos que una polémica de estas dimensiones, en los momentos por los que está atravesando la política española, viene muy bien para ser utilizada como cortina de humo ante la opinión pública o para difuminar la presión que padece tanto el Ejecutivo como el partido que lo sustenta sobre la financiación irregular y los casos de corrupción, con un extesorero, Bárcenas, jugando a mantenerse en primer plano de actualidad porque es el único de los altos cargos de la formación popular que ha ido a dar con sus huesos en la cárcel. Evidentemente no puedo probar que el PP o Rajoy estén dando rienda suelta al conflicto por el peñón para intentar ocultar o disimular sus vergüenzas, pero sí sé que la primera regla de la diplomacia cuando se quiere avanzar en la consecución de un objetivo es la discreción. Saquen ustedes sus propias conclusiones.