Un bombero pirómano anda suelto en la Liga de Fútbol Profesional (LFP). Es, ni más ni menos, su presidente. Javier Tebas llegó a la patronal de los clubes para dar un salto de calidad en la profesionalización de la gestión y en los últimos meses se ha presentado como el gran defensor del juego limpio y el brazo implacable contra la corrupción y los amaños de partidos. Pues bien, en su primer año de mandato, la famosa «Liga de las Estrellas» se encamina cada vez más hacia un infumable duopolio Barça-Madrid consagrado por el injusto reparto de los derechos televisivos en el que Tebas es un experto; los horarios de la competición son un galimatías imposible de descifrar y las denuncias sobre la compraventa de partidos se han convetido en un guirigay de verdades a medias, mentiras completas, sospechas con relativo fundamento, ausencia de pruebas y pseudoinformes frikis para acusar a instituciones deportivas casi centenarias. Es elogiable la cruzada de la Liga y de Cardenal el del Consejo Superior de Deportes para atajar los arreglos, los «biscottos» y demás fraudes en el mundo del fútbol, pero la carga de la prueba debe ser mucho más concluyente antes de poner en solfa el prestigio y el buen nombre de los clubes y sus aficiones. Es decir, que una llamada aislada de teléfono, más o menos anónima, para concertar un resultado no es suficiente para descender a un equipo, como tampoco lo es el hecho de que el flujo de apuestas en internet aumente exageradamente a favor de uno u otro resultado. Sorprende que el abogado Tebas utilice argumentos con tan poca fuerza acusatoria para lanzar esta campaña de acoso contra clubes humildes Guadalajara, Alcorcón, Xerez, Racing o Hércules. Y llama menos la atención que el Gobierno de Rajoy y Margallo se embarque con él en la cacería y en este ataque repentino y justiciero de «fair-play».