Es el ecuador del verano de 2013. Y un lunes es un día ideal para medir la temperatura de una ciudad de provincias como la nuestra a través de un paseo desprejuiciado y objetivo. Pantalón corto holgado, gafas de sol y sombrero de paja, iniciemos pues el ritual cotidiano: la compra del periódico y la barra de pan crujiente dará paso a un café con hielo (el tercero del temprano día) y un repaso a las noticias locales, a las esquelas, a los horarios de los dos cines que quedan en el centro histórico y a la programación de la televisión. Mi mundo cotidiano se reduce a un cuadrado cuyos lados son la avenida de Alfonso el Sabio, los paseos de Soto y Gadea, la Explanada y el puerto y, para cerrar el círculo cuadrado, el casco antiguo desde el Ayuntamiento hacia arriba. Y en ese microcosmos, traspasado de vez en cuando para comer en las casas de mis amigos (extramuros) o pasar un fin de semana en las montañas de Sella, soy bastante feliz. La ciudad está casi vacía de transeúntes, salvo algunos ciudadanos sudorosos cargados de bolsas de la compra; pero son los menos. Siempre hay que hacer alguna compra o alguna gestión: velas para la terraza, tintorería, cartuchos para la impresora€, tras las que es una buena opción continuar la lectura del periódico en el Portal de Elche, disfrutando de la visión de los cactus centenarios que son la admiración de los muchos clientes que ya casi llenan la terraza del pequeño y exitoso kiosco. Las terrazas son el mayor atractivo para propios y ajenos. Y me cuesta entender la campaña «antiveladores» que capitanea el portavoz de Izquierda Unida en nuestro Ayuntamiento.

Las terrazas son el único respiro que nos queda en esta ciudad poco favorecida por atractivos lúdicos en los meses veraniegos. Y cuando remite el sol empiezan a llenarse de clientes que prefieren la calle al dañino aire acondicionado de los interiores. Sí, la crisis aprieta, pero siempre habrá en algún bolsillo uno o dos euros para unas cañas de cerveza, especialmente si se televisa algún partido de fútbol. Y muchos locales se vieron obligados a incrementar, siquiera temporalmente, su plantilla de camareros; no es mucho pero mejor eso que el paro neurotizante. Deben pues tranquilizarse quienes ponen pegas a los veladores porque ni entorpecen el paso de peatones ni provocan los desagradables y a veces insoportables ruidos que conlleva, por ejemplo, el botellón salvaje los fines de semana y en determinadas zonas. La tarde va progresando en mi ciudad. Y tras el descanso de una siesta en el sofá y bajo el ventilador de techo (me niego a conectar el aire acondicionado), y un rato de lectura en la hamaca de la terraza, es la hora del paseo; y el puerto, la zona Volvo, es una buena opción que no es precisamente la más elegida por los alicantinos. Sin embargo, la contemplación del mar en calma sentado en un banquito del muelle donde amarrarán en unos meses los participantes de la famosa regata internacional, no tiene precio.

Ni tampoco la quietud y la calma, solo interrumpidos por algún corredor que prefirió esta ruta a la habitual del paseo del Postiguet. Resulta poco comprensible el desaprovechamiento de esta zona, al fin y al cabo bastante céntrica, donde no existe ni un solo establecimiento comercial, ni un bar, excepto el horroroso mercadillo pretendidamente étnico que se ha permitido instalar en el Paseo del Puerto. Qué falta de visión turística! Pero mi lunes a la sombra ha sido placentero para mí, y será rematado en mi terraza con la manguera reconfortante para mi limonero, mi jazminero, los hibyscus y las parras trepadoras. Y «a veces suelo recostar mi cabeza en un hombro de la luna€y le hablo de esa amante inoportuna que se llama soledad». San Sabina dixit. La vida sigue.

La Perla. ... EL talento se educa en la calma y el carácter en la tempestad (Goethe)