¿Qué va a pasar?, ¿hacia dónde vamos? Seguimos atravesando esta durísima crisis (aunque los productos de lujo se venden más que nunca) a la que podríamos llamar «la madre de todas las crisis» y esta lamentable situación obliga a la ciudadanía, las instituciones, los partidos políticos, los sindicatos, los medios de comunicación, a improvisar soluciones, a elaborar hipótesis en un escenario presidido por el pánico al caos, al vacío. En un país tan desarrollado inquieta no dar con una respuesta tranquilizadora.

El Gobierno, a diferencia de hace tan sólo unos meses, se empeña ahora en ser optimista y asegura que lo está haciendo bien. La leve disminución del paro y una mayor precarización de las condiciones de trabajo con la consabida disminución de los salarios; un aumento de las exportaciones y que Papá Bruselas no amenace con un rescate (ya hubo rescate), le permite decir que España está saliendo de la crisis: «lo peor ya pasó». ¿Qué pensarán las casi dos millones de familias sin ningún ingreso y los que preparan la maleta y no para ir a la playa precisamente?

A pesar de tantas mareas multitudinarias en defensa del Estado del Bienestar, el Gobierno lo sigue destruyendo ladrillo a ladrillo, apoyándose en su legítima y abultada mayoría absoluta, obtenida con un programa electoral que en nada se parece al que está ejecutando. Posiblemente calcula que en los próximos dos años todo «irá bien» y, entonces, la sociedad se olvidará de Bárcenas y Gürtel.

Es difícil que esto suceda pero hay que tener en cuenta que hoy por hoy algunas encuestas indican (es una foto fija) que el Partido Popular sigue siendo el partido más votado, que el PSOE estaría a tres puntos, Izquierda Unida en un 15% y UPyD en el 9%. Estas encuestas, a pesar de todo, alientan la idea de que el bipartidismo murió: se grita en las calles que «todos son iguales» y que «se vayan todos». En este contexto algunos sectores retoman viejas ideas que se originaron en Europa en los años veinte. Dichas ideas sostienen que la socialdemocracia engaña al proletariado e impiden que el proletariado tome el correspondiente «Palacio de Invierno». Desarrollando esta tesis no faltan ahora los que responsabilizan a la izquierda parlamentaria, a los sindicatos e inclusive al mismo 15-M, de ser «muros de contención», diques para contener la indignación popular. Se parte del convencimiento de que el pueblo es naturalmente revolucionario y de que «el proletariado liberará a la humanidad». Las experiencias del siglo XX, los resultados electorales recientes en Islandia o en Italia, indican otra cosa, y en septiembre muy posiblemente la derecha alemana (y sus bancos) ganarán las elecciones, en un país donde se aconseja a los parados comer carne una vez por semana, ducharse menos, vender muebles y demás objetos no imprescindibles.

No son los 400 euros (los que lo cobran) o la distribución de alimentos lo que impiden que una multitud organizada tome la Moncloa y la Zarzuela. Según parece un discípulo de Aristóteles le oyó decir al maestro que «la realidad es la única verdad» y la realidad suele ser implacable, indiferente al deseo. ¿Qué hacer? (Lenin tituló así uno de sus libros -¿Qué hacer?- y lo verificable es que algo salió muy mal). Hoy, Rusia es gobernada por un exoficial del KGV, su bandera oficial es la zarista y los popes tienen gran predicamento y apoyan, para poner sólo un ejemplo, cuanta medida de recortes de derechos a las minorías sexuales promueve el gobierno. ¿Qué hacer? Lo que se está haciendo: incorporarse de manera activa a las plataformas, fortalecer a las asociaciones de vecinas y vecinos, a los sindicatos, a los partidos de izquierdas y progresistas, a los movimientos en defensa del medio ambiente, etcétera. Y ya veremos. ¿Todo está escrito?. No, no es cierto, a pesar de lo que vimos en la película Lawrence de Arabia.

Y ya que me permito citar a Lenin, veamos lo que opinaba de los bancos: «... Así, pues, el siglo XX señala el punto de viraje del viejo capitalismo al nuevo, de la dominación del capital en general a la dominación del capital financiero...». Al César lo que es del César.