No es cosa de decir que este año hace más calor, sino de verlo con un mínimo de perspectiva razonable. La fábula es pertinente: unas liebres, sintiéndose perseguidas y con riesgo de su vida, en lugar de huir se dedican a discutir si sus perseguidores son galgos o podencos, con lo que estos, fuesen lo que fuesen, las alcanzan y las abaten. Afortunadamente, no somos tan animales: somos, nada menos, que «animales racionales», cosa que he tenido que pensar al leer un texto, en la página de la Organización Meteorológica Mundial, titulado Capear los riesgos del cambio climático. Me quedo, de momento, con lo de «riesgos» que, obviamente, van aparejados con sus posibles efectos, con lo que tenemos cuatro posibilidades.

En primer lugar, podría darse que el riesgo fuese bajo y los efectos de tal cambio climático fuesen igualmente bajos. En tal caso, lo de «capear» el temporal se aplica en todo su sentido. No pasa nada.

La siguiente posibilidad es que el riesgo siga siendo bajo, pero los efectos sean mucho más duros. Dependerá, ahora, de lo que en «bu­siness administration» llaman «propensión al riesgo», es decir, que ahora los «animales racionales» tendrán que evaluar si el riesgo bajo compensa lo catastrófico de los efectos. «Capear», en este caso, tiene un sentido diferente que en el anterior.

Pero es que la probabilidad de que tal cosa ocurra puede ser mucho mayor, aunque los efectos no sean particularmente dañinos. Razón de más para «capear» dichos efectos como, dirán, se ha hecho en circunstancias parecidas a lo largo de la historia del planeta Tierra.

Un paréntesis: lo de «circunstancias parecidas» va a depender de qué lapso de tiempo se considere. Pueden ser millones de años, en cuyo caso el carácter cíclico del problema será un argumento para reducir los riesgos, es decir, que el Planeta reacciona como un ser vivo, que habría dicho Lovelock: si hace calor, suda, con lo que su temperatura baja; y, si hace frío, tirita para que su temperatura aumente. Pero pueden tenerse en cuenta los años desde la Revolución Industrial o desde la agricultura industrial, o sea, desde que el «animal racional» intervino masivamente en las condiciones del Planeta, en cuyo caso las consideraciones del largo plazo se debilitan. Pero, aún más claro, pueden considerarse los últimos diez años y entonces constatar que el calentamiento global está fuera de discusión, con efectos en las vidas de los «animales racionales» fácilmente constatables (sequías, huracanes, inundaciones, muertes y demás).

Y ahí aparece la cuarta posibilidad: un riesgo alto de algo que podría tener consecuencias catastróficas para la especie humana que, por seguir con el razonamiento de Lovelock, ya no podría reaccionar ni sudando ni tiritando ante los desafíos del ambiente creado por ellos mismos. Podría morir de frío o por un golpe de calor, es decir, por la incapacidad de adaptarse a condiciones climáticas extremas. En otras palabras, el calentamiento global observable en los últimos años, podría producir un cambio climático irreversible del que, en realidad, es difícil para los expertos describir sus consecuencias finales, pero no se excluye la desaparición de esta especie que tantos «golpes» ha dado a la Naturaleza. Qué hacer, entonces, ante esta posibilidad extrema.

La primera es negarla e irse rápidamente a las otras distracciones. La segunda es afirmarla en los dichos, pero no en los hechos. Es habitual, en las encuestas que se manejan al respecto, que los «animales racionales» reconozcan el problema, pero no pongan en práctica, en su vida cotidiana, nada que tenga que ver con su solución. Pero hay dos más que vale la pena recordar.

Tenemos la reacción «empresarial». Consiste en buscar el negocio a corto plazo. Como el riesgo es a largo plazo y el beneficio a corto, buscar el beneficio vendiendo instrumentos para «adaptarse» al cambio o paliar sus efectos. Es una forma de «capear». Y el que venga detrás, que arree.

Y tenemos la reacción «política». Los gobernantes que se reúnen en «Cumbres» para discutir estas cuestiones saben que perderán votos si proponen medidas restrictivas al consumo por encima de las «austeridades» que ya están imponiendo. Después de años predicando el «consumismo», no van ahora a predicar lo contrario. Y no porque no sean capaces de decir una cosa y hacer otra, sino porque esa otra no va a ser aceptada. Bush padre lo expresó claramente en la Cumbre de Río: «No puedo aprobar ese protocolo: a mí me votan en Detroit» (olvídese la posterior bancarrota).

Pues eso: somos mucho más racionales que las liebres.