Uno de los departamentos de la Administración Pública que mejores resultados ha obtenido últimamente ha sido la Dirección General de Tráfico. Y, además, con independencia de los colores políticos de los distintos gobiernos se han venido realizando políticas acertadas que han ido consiguiendo una importantísima reducción en las cifras de la mortandad en carretera que se habían elevado hasta los 4.241 en el año 2000 para bajar en el año pasado, por ejemplo, a los 1.301. Bien podría decirse, ante ello, esa expresión demagógica de que «mientras sigan muriendo es que el sistema falla». Pero la realidad es otra, ya que el esfuerzo en conseguir ir rebajando estas cifras se constata si se comprueba la gráfica de la DGT en su página web. Fruto, ello, del acierto en las medidas que se han venido adoptando, tanto desde el control de la velocidad, la implantación del sistema del carné por puntos, la mayor presencia en carretera de los agentes, la publicidad constante que se lleva a cabo trasladando las reformas legales y las consecuencias de las imprudencias en la conducción.

Porque todas las medidas sumadas en una coctelera han venido conformando que los conductores asuman que no es gratis conducir con elevadas velocidades y que no puede conducir una persona sin el correspondiente permiso de conducir, o conducir bajo la influencia del alcohol o drogas, por ejemplo. Pero tampoco podemos negar que la prudencia en la conducción no solo debe ser patrimonio de los conductores que como particulares llevan sus propios vehículos, sino, sobre todo, de aquellos profesionales que llevan de un sitio a otro a los ciudadanos, es decir, los conductores profesionales, quienes deben extremar al máximo su prudencia para evitar que un descuido pueda deparar daños irreparables en aquellos que confían en su prudencia en la conducción, que cuando se suben en su vehículo ni por asomo podrían sospechar que el conductor del mismo no va a adoptar las medidas de cuidado al llevar consigo a personas que confían en él. Y que la negligencia en la conducción podría ser patrimonio de algunos, pero nunca de aquellos que se dedican todos los días a transportar a personas de un sitio a otro.

Pero no solamente esta exigencia de prudencia en la conducción se exige respecto a vehículos de motor, sino también para la conducción de aviones o trenes, entre otros medios. Y sobre todo en estos dos últimos casos, en los que una imprudencia puede dar lugar a una verdadera catástrofe si se comete una imprudencia a la hora de ejercer un conductor su actividad profesional ante la gran cantidad de personas que utilizan trenes y/o aviones. Porque una imprudencia grave lleva tras de sí un tremendo reguero de sangre de vidas humanas y de dolor entre los que quedan que es irrecuperable, porque nadie piensa que quien va a utilizar estos medios de transporte van a fallecer en ese viaje. Que sus familiares no les volverán a ver nunca más cuando los despiden en una estación de tren o un aeropuerto.

Y es que en ninguno de los escenarios posibles se puede pensar que en un viaje en autobús, tren o avión va a ocurrir una desgracia provocada por una negligencia humana, porque incluso podría darse el caso de que un fallo técnico diera lugar a un accidente, pero nunca podríamos pensar que el fallo humano diera lugar al siniestro. Porque para ello debe existir una máxima prudencia de quien no responde por y para sí mismo, sino de quien responde por los demás. Y si esa prudencia no se cumple y por la negligencia en la conducción se causa la muerte de otras personas el Código Penal prevé la pena en el artículo 142 de entre uno y cuatro años de prisión. Pero al final hasta resulta insuficiente el castigo o respuesta del Estado a estos hechos y estas graves imprudencias porque las muertes, la pérdida de vidas humanas no se compensa con penas de prisión ni con nada, porque los que han perdido la vida no volverán a vivir porque se condene a los responsables de las imprudencias. Por ello, lo importante es evitar estos hechos buscando los fallos y evitando que se produzcan de nuevo al mismo tiempo de tomar buena nota de lo que no se puede hacer y de la necesidad de extremar la prudencia y máxima profesionalidad en todas las profesiones. Porque no solo conduciendo cualquier vehículo se cometen y causan daños, sino en cualquier otra actividad o profesión en donde una acción cause daño a otros ciudadanos. Así las cosas, tenemos que ser más profesionales y más responsables de nuestras acciones y omisiones.