Son las seis y media de la mañana y estoy en Barcelona trabajando. Me bajo en busca de un bar de los de toda la vida donde hagan un buen bocata de tortilla. He comprado el periódico, que el papel es imprescindible para desayunar. Me siento en una mesa mientras observo atiborrada la barra. Son gente de bien que está con su ropa de trabajo desayunando fuerte para ir al currelo. Pido mi bocata y me enchufo el periódico en vena. Llevo diez minutos leyendo las historias personales de los fallecidos en esos malditos trece vagones y me pongo a llorar amargamente, mientras engullo el bocata. El camarero se acerca y me pregunta si me pasa algo. Con la boca llena le señalo con el índice la barbaridad de la tragedia, y compungido se va. He roto a llorar.

No soy supersticioso, pero malaje de esos trece vagones. Trece amarguras que nos han destrozado. Porque aunque no conozcamos a nadie en ese amasijo de muerte, nos ponemos en su situación. Dejar a un hijo, a un padre, a un amigo en la boca del tren, y que te lo devuelven en una caja de madera es simplemente incomprensible. Porque la muerte tiene sus vericuetos, y nosotros no la entendemos en esa violencia gratuita. No es el destino, es nuestro destino el que nos pone en un tren que llega, o en uno que descabalga cerrándonos los ojos. Por eso derramamos lágrimas. Porque creemos que la muerte no nos debe de escoger así.

Creo que hablar de culpabilidades es duro cuando todavía estamos enterrando a nuestros compatriotas, pero hay que hacerlo. Me parece hipócrita no asumir que se podría haber evitado. No es una fatalidad, que habría sido si al conductor le hubiese dado una paro cardiaco y el tren hubiese estado descontrolado. Es por su barbaridad de no seguir los protocolos por lo que hoy lloramos. Estoy harto de escuchar al sindicato al que pertenece para exigir que no se le culpe. Cuando ellos tendrían que haber sido los primeros en decir que su negligencia, su falta de profesionalidad, han causado todas estas muertes. ¡Ya está bien! Si el señor maquinista hubiera ido a su velocidad, nada de esto habría pasado. ¿Por qué no se asume que cada uno de nosotros en nuestro trabajo somos responsables de nuestras decisiones? Y que cuando las decisiones afectan a la vida de otras personas nuestra responsabilidad ante el trabajo es mayor. Porque están en juego las vidas de otras personas.

Claro que hubiese sido mejor que un sistema de seguridad hubiera evitado la negligencia humana de un conductor irresponsable. Pero de la misma manera que un conductor de autobús que bebe alcohol y pone la vida en peligro de sus pasajeros, uno que va a 180 kilómetros en un tramo de 80 está poniendo en jaque mate a todos los que plácidamente confían en su profesionalidad y buen hacer. Que nadie escurra el bulto. Pero aprendamos que independientemente de las medidas técnicas, pónganse todas, en la vida, las personas que no cumplen con las normas y las limitaciones son responsables de sus actos.

Esperaba más de los políticos, pero apareció el pueblo. Los políticos, con la que les está cayendo, debieran haber ido todos juntos a Galicia. El presidente del Gobierno debiera haber invitado a todos los portavoces a ir con él. A todos nuestros representantes políticos juntos. Y no esa romería de unos por la mañana y otros por la tarde para que se les vea. ¡Capullos! ¿Cuándo entrará el sentido común y la sensatez en estos asalariados políticos nuestros? Cuando los atentados de las Torres Gemelas de Nueva York, todos los políticos de todos los colores en EE UU salieron juntos a reforzar a su Presidente. Si de verdad quieren reforzar la Marca España, que empiecen por aparecer juntos cuando los necesitamos. No para pedirnos el voto.

Menos mal que apareció el pueblo. ¡Qué gran país somos! ¡Qué solidaridad! Nadie escatimó en nada en arrojarse a los brazos de los necesitados. De sus familias. Un pueblo que se comporta así tiene que empezar a reclamar unos políticos de más talla. Trece vagones han roto muchas vidas, pero la llama del amor del pueblo sufriente siempre se enciende para cambiar el dolor por la esperanza.

Post scriptum: Permítanme que descanse hasta septiembre. Y que ustedes descansen también. Descansen del trabajo y de mí.