Estimados y queridísimos ministros, compañeros todos: al objeto de preparar lo más concienzudamente posible mi próxima comparecencia -para explicar lo inexplicable, es cierto, pero en peores plazas ha toreado uno- he estimado pertinente que este fin de semana, aprovechando el sosiego que nos proporciona el campo y la inspiración que nos proporciona la madre naturaleza, que nos reunamos todos en un bonito establecimiento rural de La Rioja alavesa (¡viva el vino!) para escuchar todas y cada una de las sugerencias que tengáis a bien trasladarme sobre el engorroso tema en cuestión. Sí, os estoy pidiendo lealtad para que reflexionéis y me transmitáis lo que honestamente penséis, que ya luego haré yo lo que me dé la gana. O no. Pero debe quedar claro en este novedoso ejercicio de comunión rural que debe imperar el orden, la disciplina y el sentido común propio de las personas normales (bueno, de las personas normales como nosotros, naturalmente). Y también aprovecho para deciros que espero que estos días de asueto y concordia que vamos a pasar juntos, además de servir para compartir los sinsabores de la dura tarea que nos ha sido encomendada por los españoles de bien, sirvan también para -quizá, sólo quizá- ajustar el reparto de algunas funciones, y definir mejor -tal vez, sólo tal vez...- definir mejor algunas responsabilidades entre las tareas que realizáis. Todo ello susceptible de que éstas puedan ser modificadas en un futuro: y es que nada es eterno y todo es fugaz, leve, etéreo. Y nunca es tarde si la dicha es buena, o dicho de otra manera: si la dicha es buena, nunca es tarde. Creo que me estoy explicando con meridiana claridad. O no. O, al menos, lo intento. Sí, porque uno intenta que las cosas se arreglen, pero es que hay veces que -por más que uno pone todo su empeño y buen hacer en no hacer nada para que se arreglen- las cosas no sólo no se arreglan, sino que no salen como uno quiere, que quiere que le diga, oiga. Es verdad que mi principal objetivo de gobierno es que los problemas se resuelvan de manera autónoma. Que cuando me llegara un problema, el mismo que lo trae me dijera: ´tranquilo, presidente, que esto se arregla solo´. Mecachis: el día que eso pase, tendré la satisfacción del deber cumplido. Es un objetivo elevado, lo sé, pero creerme si os digo que no desfallezco ni desespero. O sí. Ánimo, sed fuertes y resistir. Saludos y nos vemos el fin de semana. Soraya os dará todos los detalles». Firmado, el presidente.

Enviado justo después del último consejo de ministros, el correo presidencial provocó que la vicepresidenta se tuviera que emplear a fondo, sin tregua y con la proverbial eficacia que la caracterizaban. Mientras la centralita de su despacho en Moncloa estaba colapsada por las peticiones de los jefes de gabinete de todos los ministerios, en un plis-plas el Centro Nacional de Inteligencia había dado con la casa rural perfecta: aislada del casco urbano, con jardín y barbacoa (el jefe de prensa de Arias Cañete había dicho que esto último era innegociable), menaje completo y cocina perfectamente equipada. La planta de arriba disponía de dos suites (para él y para ella) y abajo estaban todas las habitaciones dobles, con baño para compartir (había que hacer equipo, eso le había quedado claro a la vice...). También daban la posibilidad de meter en el salón una cama supletoria (que había adjudicado a Wert: por fin éste vería recompensada su humildad y buen hacer...). Los dueños del caserío ofertaban la posibilidad de hacer visitas guiadas por los pueblos de la comarca, y De Guindos proponía montar un roadshow en las plazas de todos ellos para tratar de captar votos, con el sugestivo título de Porqué a la decimotercerareforma financiera, tampoco va a ir la vencida... que estaba seguro de que causaría sensación. Para evitar celos, a Montoro le habían dado la responsabilidad de guardar el fondo común para los gastos. Y Ana Mato -la coherencia, ante todo- únicamente había pedido desempeñar una tarea para la que no necesitara varón: inteligentemente, se le había ofrecido ser la organizadora de las partidas de mus, tute y chinchón, deber que aceptó alborozada.

Tras siete hora frenéticas de duras negociaciones con los gabinetes, todo encajaba: los jefes de protocolo contentos, la presencia de todos los ministros confirmada, la fianza de la casa rural pagada legalmente... Imprimió en Googlemaps la ruta para llegar, recogió un par de carpetas con informes sobre temas que jamás se llevarían a cabo y desconectó su blackberry. Fue entonces cuando, al estar a punto de apagar la luz de su despacho, poseída por la lucidez que da el anochecer y la seguridad que otorga el saberse la rosa entre las margaritas, no pudo evitar soltar la frase que demostraba que era la depositaria de las esencias y la sabiduría natural del líder, y por tanto la dueña de su destino: «Joder, qué tropa...», musitó para sus adentros.