Escribía Augusto Monterroso en el cuento más breve de la historia de la literatura: «Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí». Son sólo siete palabras, pero un compendio, comprimido hasta lo imposible, de lo que podemos entender por terror en estado puro. El hombre creía que soñaba, pero el dinosaurio era real. Todos, hoy por hoy, creemos que soñamos pero, al despertar, nos encontramos con que la idiotez, la vuelta a la caverna y la involución toman una forma monstruosa que nos eructa en la cara. Y notamos su aliento y no precisamente con aromas de ámbar o maderas de oriente. Sí, algo huele a podrido. Ésta es la mayoría absoluta más aplastante, inquietante y perniciosa de la historia reciente, porque los decretazos, los delirios, las ocurrencias y martingalas se aprueban sí o sí. Hablamos de derechona con todas las umbralianas letras. Un muro de contención de hormigón armado. La última de la derechona consiste en pasarse por la entrepierna la Constitución (ya saben, nadie ha de ser discriminado por motivos de raza, sexo, etcétera) y decretar que solteras y lesbianas apoquinen una pasta gansa si quieren acogerse a la reproducción asistida porque, por su condición, no les asiste el derecho a la sanidad pública del que sí goza cualquier familia tradicional, católica, apostólica y romana, una familia por su sitio y como Dios manda, ¡hombre ya! El gobierno, en su infatigable lucha por conseguir el retorno a la normalidad tradicional, confunde churras con merinas y el culo con las témporas del año, que son cuatro. Doña Ana Mato, ministra de Sanidad y, al parecer, promotora de este despropósito, la misma que, en su inocencia, cree que los coches de lujo caen del cielo como el confeti y las serpentinas, no repara en que una mujer lesbiana es antes de nada y sobre todas las cosas, una mujer, independientemente de a dónde le guste arrimar la covachuela, una mujer con el mismo derecho que cualquier hijo de vecino al instinto maternal, una mujer con los mismos milagrosos mecanismos internos que hacen que este bajo mundo siga su curso y se perpetúe la especie.

Pero no para aquí la cosa que el dinosaurio tiene eructos nauseabundos para dar y regalar, eructos y temerosos ataques de meteorismo. Las mujeres maltratadas, según el Ministerio de Sanidad y para redondear estadísticas, han de permanecer 24 horas en un hospital para ser catalogadas como tales. O sea, que según mi corto entender me dicta, hay dos clases de maltratadas: Una, la que se lleva una mano de hostias pero no precisa más que unos puntitos de sutura y cuatro tiritas y otra, la que se las lleva con tal virulencia que necesita veinticuatro horas de observación y cuidados intensivos. Mi querida maltratada de las tiritas y la sutura: Es usted una birria de maltratada, una maltratada de chichinabo, una maltratada de salón. La próxima vez que su churri de usted se ponga bruto, déjese apalear a modo si quiere ser una maltratada con fundamento, una maltratada como Dios y doña Ana Mato mandan.

Pero, ¿qué le pasa a esta gente con las mujeres? ¿A qué viene este repentino ataque de misoginia? ¿Se vestirá Ana Mato por los pies y escupirá por el colmillo como los machotes de toda la vida? Espero que éstas y otras cuestiones nos las aclare don Mariano, «el callao», que toma la alternativa sin plasma el próximo uno de agosto en el coso del Senado, que el Congreso está en obras (no deje de visitar nuestro ambigú en el entresuelo).

Pues nada, que duerman ustedes tranquilos pero háganse a la idea de que, cuando despierten, el dinosaurio aún seguirá aquí porque, o mucho me equivoco, o acaba la legislatura sin despeinarse una escama. Al tiempo. El dinosaurio sigue aquí.