A la hora de afrontar cualquier investigación, Sherlock Holmes siempre se planteaba que nada puede resultar más engañoso que un hecho evidente. En Santiago de Compostela han muerto muchas personas, demasiadas -siempre son demasiadas aunque sólo sea una-, en un reciente accidente ferroviario. A estas alturas, las causas aún no están claras, si bien todo parece apuntar a una en concreto: un exceso de velocidad al tomar una curva. El tren es manejado por un conductor, de lo que se deduce, obviamente, que su responsabilidad es máxima. Pero sucede que además del conductor entran en juego las balizas. Según nos cuentan, todos estos trenes de alta velocidad disponen de dispositivos de seguridad que están diseñados e instalados precisamente para que todo no dependa del conductor, pues éste es humano. Esta particularidad es, sin duda, la que hace sentirnos tranquilos cuando viajamos. Mientras no ocurre nada, todo va de maravilla. Ahora bien, en el momento en que se produce un accidente, queda demostrado que nada es perfecto. Se produce una nefasta combinación de circunstancias que desencadena el cataclismo. Y automáticamente, en la búsqueda de culpables, se acusa de inmediato al maquinista.

No le quito nada de culpa de lo que haya hecho o dejado de hacer este señor. Pero es demasiado evidente y, por tanto, puede resultar engañoso.Este accidente es muy similar al ocurrido en el metro de Valencia hace poco más de siete años. En Valencia, el tren entró a más velocidad de la debida en una curva. Las autoridades, de inmediato y para eludir responsabilidades, echaron la culpa al maquinista. La investigación terminó ahí y se archivó el caso. El maquinista había muerto, se llevó a la tumba su secreto y fue declarado como el único culpable. Asunto resuelto. Aunque las balizas que hubieran podido frenar el tren brillaban por su ausencia. En Santiago, el tren circulaba a mucha más velocidad de la debida en esa maldita curva. Algo tendrá que decir el maquinista, porque en este caso sigue vivo. Aunque no debemos preocuparnos. Las autoridades, para eludir responsabilidades aun siendo también responsables. nuevamente harán recaer todo el peso de la culpa en este hombre, y asunto resuelto. Pero da la casualidad que aquí hay unas balizas que debían haber frenado el tren y no lo frenaron. No deberíamos olvidarnos de lo que dice el famoso personaje creado por Sir Arthur Conan Doyle. Lo evidente, en ambos casos, es cargar toda la culpa en el maquinista. Pero la evidencia deja de ser tal cuando hoy en día nos aseguran por activa y por pasiva que accidentes de este tipo no pueden ocurrir porque para eso se diseñan y se instalan las balizas. Si el ser humano falla, quedan las balizas. Pero, ¿y si las balizas fallan o no se colocan?, ¿quién o qué nos queda? La conclusión sí que es evidente. Resulta que nuestras vidas están en manos de balizas, mantenidas y gestionadas por incompetentes, y en seres humanos descerebrados. La vida sigue siendo una lotería.