¡Qué horror! Es cierto que la carretera se lleva a lo largo del año más vidas, pero escalonadas. Y sin perder de vista que el tren viene siendo el medio de transporte más seguro, la concentración de tanto dolor en un solo siniestro y la posibilidad de acceder a imágenes de todo cuanto rodea al drama hace que la onda expansiva atraviese por los cuatro costados a infinidad de personal. Para alguien implicado directamente en la tragedia, lo más angustioso es la falta de información. Coinciden en ello los especialistas. El tiempo que transcurre desde la llegada a las cercanías del lugar hasta que se produce la identificación del desaparecido se convierte en un sinvivir. Mucho más si los interesados están a una distancia de consideración como ocurrió con el hijo del empresario de Calpe que hubo de ponerse en camino y tragarse cientos de kilómetros sin saber con qué iba a encontrarse. Y ni que decir tiene si encima hay un océano por medio. Fue el caso del novio de Yolanda, una estudiante mejicana de intercambio que, cinco minutos antes de tomar la curva hacia el estrépito, envió un mensaje a su novio en Veracruz relatándole que estaba a punto de entrar en Santiago. Ante la imposibilidad de contactar con los teléfonos de emergencia, Luis, su chico, dio la voz de alarma por la radio a primera hora, colgó una foto en twitter a continuación y, a través de ella, los forenses pudieron confirmar el peor de los augurios. El valor de las redes sociales para cometidos de esta índole no tiene parangón. Aunque la primera red movilizada fue la del centenar de vecinos del barrio al que le cayó encima el estruendo, que se batieron el cobre en proporcionar los primeros auxilios. En cambio, el sindicato de maquinistas y Adif anduvieron enzarzados en una diatriba sobre si el tramo hubiese dispuesto del sistema de seguridad más avanzado en la alta velocidad se habría podido evitar el accidente. Ya digo. La falta de información hace mucho daño.