Afinsa, la cosa mítica de los sellos. El término filatelia tiene resonancias extrañas. He ahí una de esas palabras nacida para la connotación. Dices filatelia delante de un niño y abres ante él un campo semántico inquietante. ¿Será una enfermedad? Cuando te enteras de su significado, trasladas a los sellos la extrañeza que sentías por la palabra. Filatelia, filatélico. Que levante la mano el que no haya coleccionado sellos. Ahora quizá sea más raro debido a la casi desaparición del correo postal. Pero cuando la familia se escribía cartas, el sello era una especie de rubí incrustado en el sobre. Se recortaban siempre y se metían en una caja de zapatos, para las misiones, decíamos. Luego, en las tardes eternas del verano, abrías la caja e ibas pasando una a una aquellas estampas misteriosas, más misteriosas cuanto más de lejos venían.

Circulaban multitud de historias respecto a los sellos. Gente que se había hecho millonaria gracias a uno de ellos, solo a uno de ellos, encontrado en el fondo del baúl del abuelo. Había sellos únicos, por lo visto, y sellos peligrosos. Durante una época, en mi colegio, se corrió la especie de que una banda criminal había logrado impregnar el reverso de algunos con una droga potentísima, que te hacía adicto al instante. Con qué mezcla de temor y deseo nos pasábamos entonces los sellos por la lengua, antes de aplicarlos al sobre. En algunas casas, se llegó a prohibir humedecerlos de ese modo.

Los sellos, la filatelia. Si lo piensas, con esos antecedentes míticos, estaba chupado organizar una estafa a gran escala, un timo de miles de millones. Llegaba el vendedor a tu casa, con una cartera llena de sellos hermosísimos, protegidos por una lámina de papel cebolla que recordaba a los vitrales de las iglesias góticas, y le abrías todas las puertas. Lo dejabas pasar hasta la cocina, donde te hablaba de los «valores tangibles». Tangible, de tocar, otra palabra hermosa. Valores que se tocaban, que cada año valían más que el anterior. Los sellos, en el imaginario colectivo, siempre valían más. Los señores de Afinsa, si así lo deseabas, te los guardaban en una caja fuerte y de vez en cuando podías ir a visitarlos. ¿Cómo no dejarse estafar por algo tan hermoso? Afinsa ha hecho algo peor que robar: se ha cargado el mito filatélico.