En la víspera de la asamblea celebrada por los socialistas de Alicante ciudad, José Asensi paseó con su pequeño can. Lo vieron ensimismado, posiblemente pensando en la exposición de la propuesta en cuya elaboración había participado. Testigos presenciales coinciden en señalar que, a pesar del tamaño, tiraba el perrito. Al olerlo todo, es de suponer que no le hacía ni pizca de gracia hacia dónde se encaminaba el dueño durante esos días. Bastante tuvo él ya semanas atrás con la de petardos que lo retuvieron horas bajo la cama. Asensi se presentó a la cita con un documento titulado Unidos por Alicante, pero, a pesar del momento límite por el que atraviesa la organización, ni siquiera dio para una mascletà de andar por casa porque los críticos con la dirección siguen de hogueras. En el escrito -del que no se ha hablado, claro- se alude a la desgraciada gestión del pepé; se lleva a cabo una cierta autoflagelación, aunque sin pasarse; se pone énfasis por motivos obvios en que la nómina de candidatos ha de estar compuesta por «personas de indudables convicciones socialistas, trayectoria irreprochable y aliviadas de la carga de tener que defender intereses personales». En fin que, echando un vistazo por encima y sin pretender ser maximalista, no sé si es que hemos pasado de las listas abiertas a las que deben ir en blanco. Todo puede suceder porque, en el planteamiento expuesto, se alude a que «nuestra responsabilidad es encauzar, proponer y gobernar el Ayuntamiento garantizando el mayor espacio de participación posible, con una revisión a fondo del infausto pegeú, por lo que comienza una etapa intensa de trabajo para incrementar las relaciones con la ciudadanía». Frente a un reto tan ambicioso, la respuesta puso de manifiesto la inapetencia por la que transcurre la organización. De ahí que, nada más volver a casa, el todavía creyente Asensi escuchó un estimulante «¡Guau!». Qué diferencia.