El problema con los partidos, ahora, no es su existencia, sino su funcionamiento. Su existencia fue rechazada por el franquismo, sustituyendo la representación a través de partidos por la representación "natural" de "familia, municipio y sindicatos" (verticales, por supuesto, es decir, incluyendo a empresarios, ejecutivos y currantes). No hace falta decir que también ahí hubo sus más y sus menos con el funcionamiento de dichos "cauces" y su transformación en "tercios" en las Cortes de entonces. Sobre todo cuando se iba subiendo en sus jerarquías. En ese contexto, la Iglesia Católica, a pesar de su integrismo (es decir, a pesar de su intento de que la ley para los creyentes fuese ley para todo bicho viviente), no consiguió mucho en el terreno de los comportamientos a pesar de lo que consiguió en otros terrenos todavía más terrenales. Para los comportamientos, baste recordar que cuando más contrarias eran sus jerarquías a cualquier control de natalidad y a cualquier sexualidad no "ordenada rectamente a la procreación" (incluso dentro del matrimonio), más disminuyó la natalidad en España. Los "tercios" y el nacionalcatolicismo no parece que sean una alternativa.

La democracia directa, deliberativa y participativa tampoco lo es. A escala local, sí. Cuanto más se acerquen las decisiones a las propias de una "comunidad de propietarios", más es factible tal tipo de democracia. Pero a medida que las entidades territoriales se van haciendo más amplias y se ven afectadas poblaciones mayores, va a hacer falta recurrir a representantes que, sí, podrán volver a las asambleas locales a plantear lo que se discute en instancias superiores, pero que acabarán generando lo que Michels, ya a principios del siglo pasado, llamó "la férrea ley de la oligarquía": que tales representantes comenzarán a dedicar progresivamente más esfuerzos en mantener las estructuras "participativas" que en lograr los objetivos iniciales del grupo y, debilidades humanas, se ocuparán paulatinamente en mantenerse como representantes, sea por la mera erótica del poder (ser representantes ya es un poder), sea por intereses todavía menos confesables.

Nos quedamos, entonces, con ese mal menor o pequeño bien posible que son los partidos. Si se quiere, y parafraseando el tópico, a la hora de tomar decisiones colectivas "es el peor de los medios, exceptuando todos los demás". Sin embargo, eso no significa que tengan patente de corso y que demos por bueno todo lo que hacen y menos con la que está cayendo en muchos de ellos. Son manifiestamente mejorables y es ahí donde habría que concentrar las críticas y propuestas.

La Constitución dice que su funcionamiento tiene que ser "democrático". Pues ahí hay un buen comienzo. No es de recibo el "dedazo" con el que el Gran Jefe designa al sucesor en primera instancia y a los candidatos en segunda. Ahí reside el inicio de lo que llaman "partitocracia", el peso excesivo que las maquinarias de los partidos tienen en el funcionamiento de los mismos. No creo que la solución sea la de distritos uninominales tipo anglosajón: dan mucha estabilidad, pero distorsionan sensiblemente las opciones de los electores. Contrariamente, las listas abiertas son una opción a no descartar. Mejor que las listas cerradas y bloqueadas en manos de los jefes (los fascistas italianos decían "el Duce non si sbaglia mai" y los falangistas españoles tradujeron, antes de que hubiese un "Caudillo por la gracia de Dios", en un "los jefes no se equivocan").

No se solucionan así todos los problemas de funcionamiento. Sea cual sea el tipo de representación (proporcional o mayoritaria), una cuestión que tienen que afrontar todas las democracias es el de los desorbitados costes de las campañas electorales que, efectivamente, hay que financiar como sea. El partido paga, claro (si fuese uninominal, el candidato podría ser también un buscador de donantes). Y los costes de funcionamiento del partido son cada vez más elevados y no se sufragan con las aportaciones voluntarias u obligatorias de cargos y las cotizaciones de militantes y las subvenciones. En momentos de pánico, ERE que te crío. Pero en condiciones "normales", búsqueda de financiación donde quiera que esté, interna o externa (partidos "hermanos"), legal o ilegal o mediopensionista. Límites de gasto en funcionamiento y en campañas electorales es otra propuesta.

Transparencia, sí. Pero sin pretender que se puede justificar que no se ha cobrado en negro mediante la presentación de las declaraciones de Hacienda donde, por definición, no se incluyen tales cobros. Pero, como digo, hay cosas previas como, obviamente, salir del autismo en que parecen inmersos algunos de ellos cuya cura no es, precisamente, el "centralismo democrático".