Hace bastante que la decadencia se instaló entre nosotros. Y ahí sigue. La burricie es tan perniciosa que provoca cierta sensación de inmunidad. Asistimos anestesiados a ella como si lo que de ella emana fuese lo más natural del mundo. Cuando en realidad es una anomalía. El mundo de la cultura y el conocimiento atraviesan una crisis histórica. La falta de valores es absoluta, y la incomunicación, manifiesta. Cada cual mira a su dispositivo móvil, nunca a la persona de al lado. Existes para la persona de al lado si estás en su móvil. De lo contrario, eres un alien. Y caso de mirarte, lo hará con cara rara.

A todo esto, los audímetros evalúan día a día nuestras conductas, ofreciéndonos lecciones de sociología que muy pocos se atreven a interpretar a pesar de la gravedad de la situación. La noche dominical, mientras la película Niños grandes era vista por 21 de cada cien espectadores (más de tres millones de españolitos) el programa Página 2 era elegido por un 0'7% (siete de cada mil).

No hace falta que me detenga ni una línea en matizar hasta dónde alcanza el poso de Niños grandes y el fuste de Página 2. Basta con matizar que son la antítesis, la noche y el día, los mensajes que te interpelan como ser humano o aquellos estímulos que apelan a ti como si fueses un mico.

Pues bien, sin colocar una pistola en el pecho a nadie, practicando el más noble y democrático ejercicio de libertad más de veinte televidentes de cada cien se arracimó sobre este discurso bajo mínimos. Demostrando que no existe ni una necesidad de lo otro, ni un conato de placer por compartirlo. Cuando los valores culturales no motivan, no llaman, no provocan la más mínima querencia ni el más mínimo goce, ahí sí, que estamos regresando al simio.