En el recurso de inconstitucionalidad contra el matrimonio entre personas del mismo sexo el PP sostenía que «el legislador está alterando con dos líneas de una ley ordinaria no sólo los elementos definitorios básicos de una institución fundamental en nuestra estructura social, sino todo el conjunto normativo construido durante siglos alrededor de la misma». Pues sí, tenían razón. El matrimonio (entendido como la unión de hombre y mujer) ha sido y es la estructura central del patriarcado, puesto que regula directa e indirectamente las relaciones de género que se establecen en toda la sociedad y no sólo en el ámbito doméstico. Como es sabido, el género se refiere al conjunto de características, roles, actitudes, valores y símbolos que conforman el deber ser de cada hombre y de cada mujer, impuestos dicotómicamente a cada sexo mediante el proceso de socialización. La heterosexualidad (o, al menos, su apariencia) es un mandato de género; el básico del edificio del orden social patriarcal. Y el matrimonio ha sido su sustento.

Como afirma Celia Amorós «conceptualizar es politizar» y uno de los medios por los que se produce esa conceptualización politizadora es la resignificación de conceptos ya existentes. El reconocimiento en cada vez más países del matrimonio entre personas del mismo sexo supone resignificarlo, orientándose hacia la libertad y la igualdad. El éxito de esa conquista se debe principalmente a la movilización de los colectivos LGTBI y feministas.

En Alicante la celebración del orgullo LGTBI, que arrancó el 28 de junio, culminó ayer con una manifestación en la que se defendió la diversidad humana frente a la injusticia, el estigma y la represión que provoca la imposición de las normatividades de género que tratan de homogeneizar a las personas a través de rígidos corsés de masculinidad y feminidad. Y la heterosexualidad como primer mandato de género es la que todavía sigue configurando el orden público patriarcal. Pero hay que añadir que lo es especialmente cuando va ligada a la reproducción humana y a su control. Y eso afecta principalmente a las mujeres. Por eso no es casual que hayan sido las feministas lesbianas las que históricamente más han luchado contra el patriarcado.

Decía Aristóteles en su «Política», en el capítulo 1 del Libro primero, al tratar sobre el origen del Estado y de la sociedad: «Es obra de la necesidad la aproximación de dos seres que no pueden nada el uno sin el otro: me refiero a la unión de los sexos para la reproducción». En aquellos tiempos era impensable que la reproducción no dependiera del coito. Lo sorprendente es que para nuestro legislador y para este (des)Gobierno también parezca impensable y que excluya de las prestaciones públicas para la reproducción asistida a mujeres sin pareja? masculina, claro.