Sólo nos queda patalear, lamentar tanta desdicha, mala suerte o haber nacido en tierra quemada, un lugar condenado a ver pasar por delante efímeras escenas gloriosas que apenas duran, que se esfuman en un abrir y cerrar de ojos, que acaban evaporándose sembrando nostalgia permanente. Nada cambia, la historia se repite. Pasó con el Calpisa, aquel club que llenó de gloria una ciudad que acunaba balonmano, que atiborró de gozo el pabellón viendo lanzar a Albizu, parar a Perramón, correr a Goyo, morder a Pitíu, que ganó Ligas, que triunfó en Europa, que nos llevó a sentirnos orgullosos de ser alicantinos. Ahora es el Lucentum quien nos conduce a la lágrima a sabiendas de que no volveremos a ver a un Priogini encima del aro, a un Calderón encandilando desde la línea de triples, a un templado Perasovic levantando pasiones en el Centro de Tecnificación, ese espacio convertido en mágico tras acuñar el "espíritu del 2 de junio" aquella cálida noche del año 2000 al llegar a la cima del basket ante una afición que se derritió a sus pies. De eso solo quedará el recuerdo, como con el Calpisa, como con el Mar Alicante, como con tantos otros. El problema siempre es el mismo. Lo que nadie acierta a encontrar es la solución.