La misma semana en que el juez Castro dictaba uno de los autos más duros que han podido leerse sobre la actuación de dirigente político alguno, y acusaba de delitos que conllevan elevadas penas de cárcel al expresident Camps y a la alcaldesa de Valencia, Rita Barberá, por sus supuestos favores a Urdangarin, el príncipe de las tinieblas. La misma en que INFORMACIÓN daba a conocer las sentencias del Tribunal Superior de Justicia que anulan el Plan Rabasa, epítome de todos los males que aquejan a Alicante. La misma, digo, nos enterábamos, también a través de INFORMACIÓN y de LEVANTE, de que el jefe del Consell, Alberto Fabra, había tenido la ocurrencia de contratar por 20.000 euros a un entrenador personal que le dé clases de liderazgo. No comparo, claro. Lo que subrayo es que no es que esté enferma esta sociedad: está enferma su clase política, que nos ha llevado a la ruina, nos mantiene en ella, agudizándola, y encima no sólo no se da por aludida, sino que ni siquiera muestra el más mínimo propósito de enmienda.

El problema está ahí. Si hay una comunidad en la que sus políticos son una losa que pende del cuello de sus ciudadanos arrastrándolos al fondo, ésa es la valenciana. Y aunque podría tener argumentos para todos, me referiré aquí sólo a los dirigentes del partido que nos gobierna desde hace 18 años y a los del que lo hizo durante 12 y lleva esos otros 18 proclamándose alternativa. El primero, minado por la corrupción, la falta de proyecto y la descomposición interna. El segundo, embarrancado desde hace una eternidad en sus peleas de patio de colegio.

Que a estas alturas el PSPV siga prisionero de los mismos personajes que lo mangoneaban hace treinta años; que las novedades que se postulan no tengan más discurso que el del oportunismo y que por mucho que el secretario general, Ximo Puig, aporte argumentos de peso al debate público todo lo que emane del partido sea una pura y dura reyerta por el poder orgánico y no por servir a los ciudadanos, es para sacarlos a todos, definitivamente, del mapa político.

Pero si los socialistas se empeñan en perder el futuro, el PP sigue afanándose en robarnos el presente. Un partido que después de una generación en el gobierno presenta una comunidad en bancarrota; los alcaldes de las tres capitales de provincia inmersos en procedimientos judiciales por acusaciones de corrupción; un expresidente, principal culpable de todo, que no sólo está de vuelta en los juzgados, sino que mientras va y viene sigue gozando de privilegios que son una ofensa; once diputados imputados, un presidente de las Cortes bajo sospecha y un presidente del Consell en estado catatónico; un partido, les explicaba, cuyo balance es ese, es un partido sobre el que sólo cabe aplicar el método de Angelina Jolie: cirugía extrema. O amputa cuanto antes una parte de su cuerpo, o el cáncer que padece acabará con él y, dado que todavía gobierna, nos llevará por delante a todos.

No soy quién para darle consejos a Fabra. O sí, porque al fin y al cabo, antes que periodista soy ciudadano. Ya me mostré partidario de ir a elecciones anticipadas, puesto que el Estatut lo permite. Pero si no es así, hay cosas que parece imperioso hacer para empezar a salir del légamo maloliente en que se ha convertido la gestión pública en esta comunidad. Cosas necesarias, aunque a estas alturas no sé si suficientes.

Medidas ejemplarizantes. Es imprescindible un gesto que haga que los ciudadanos comprueben que en el PP hay arrepentimiento y cambio. Los diputados imputados, si no renuncian a su acta, deben ser apartados del grupo de inmediato. Ya han tardado demasiado en hacerlo.

Desbloqueo de la gestión pública. Los cargos públicos con responsabilidades ejecutivas inmersos en procedimientos que hayan estado sometidos, más allá de las denuncias de parte, a la intervención judicial, deben ser suspendidos en sus funciones en tanto se dilucida su situación. Esa suspensión temporal será definitiva en caso de condena y levantada, con reposición en el cargo, si antes no hubiera unas elecciones, cuando el fallo sea favorable. La medida incluye, obviamente, a los alcaldes de capital, con independencia del "tirón" popular que dirigentes como Rita Barberá o Sonia Castedo puedan tener. Las grandes ciudades no pueden estar paralizadas ni un minuto más mientras todos se dedican al patético juego de quién se hace, o se deja de hacer, la foto con quién.

Pacto por la regeneración. Es urgente el saneamiento de la función pública. Es preciso un pacto de todos los partidos en la Comunidad Valenciana para lograrlo, que abarque desde pautas de comportamiento hasta la propia elaboración de listas. El PP tiene que acometer los puntos 1 y 2 antes reseñados sin necesidad de mayor acuerdo, sólo porque es su obligación con los ciudadanos. Pero los partidos de la oposición deberían tener claro que aprovechar los votos tránsfugas del PP que de seguro acarrearían esas medidas para sacar beneficio propio supondría para ellos asumir un descrédito insoportable.

Pacto económico y social. Es preciso que el president de la Generalitat promueva un pacto de todos los agentes económicos y sociales. Un pacto que no puede ser sólo marketing, como el que ha intentado, con escaso éxito de crítica y público, poner en marcha. Un pacto que aproveche las fortalezas que la Comunidad Valenciana, pese a todo, atesora, para salir de la quiebra en la que se encuentra.

Pacto por la Comunidad. Hemos rebasado, de largo, todas las líneas rojas. Con la deuda más alta de España, pagando unos intereses desorbitados por los créditos, con una sociedad formada mayoritariamente por clase media y pymes -los que más están sufriendo la crisis- vivimos un auténtico estado de excepción que precisa, a su vez, de medidas de excepción. Es necesario que las fuerzas políticas con representación en el Congreso lleguen a acuerdos que permitan, por encima de intereses de partido, que los diputados y senadores de la Comunidad Valenciana formen un frente común en Madrid en asuntos que nos incumben a todos, como por ejemplo el de la mejora de la financiación.

Plan de gobierno. No se sabe cuál es el proyecto del gobierno que preside Alberto Fabra. Pagar a los proveedores es una obligación, no una meta. Hace falta la fijación de objetivos estratégicos a medio y largo plazo. Redefinir la Comunidad Valenciana, arrumbando viejos modelos, como el de los grandes eventos, que han reportado más perjuicios que ganancias. De tanto usarlo, el I+D+I es algo que suena manido. Pero realidades como el parque empresarial de Elche o proyectos como el parque científico de la Universidad de Alicante demuestran que bajo ese epígrafe que suena a tópico hay una realidad que puede explotarse. Exprimámosla.

Pacto por los ciudadanos. Si algo es urgente es un compromiso firme y presupuestado para desarrollar políticas activas contra la exclusión y de protección de los más desfavorecidos, así como un gran acuerdo que dé estabilidad e impida que continúe la planificada degradación tanto de nuestro sistema sanitario como del educativo. Recortes y eficiencia no sólo no son complementarios: son antónimos. Hay que apostar por esta última y guardar la tijera de podar, que bastante mal ha causado ya. La Sanidad y la Educación no son un problema, salvo para los cortos de mira, sino una oportunidad que poner en valor. Son, además de un derecho, parte de nuestra economía productiva. Si se sabe ver, claro.

Plan de ap0yo a la exportación. Sólo la internacionalización de nuestras industrias puede compensar el desierto nuclear que ha provocado el estallido de la burbuja inmobiliaria. Las empresas ya lo están haciendo por sí solas, pero necesitan de todo el apoyo institucional con el que puedan contar. Entendiendo que el turismo es también un sector exportador, puesto que aporta divisas y capta recursos del exterior de la Comunidad y de fuera de España.

Vertebrar y renegar de Proyectos Temáticos, de sus pompas y sus fastos. Esta Comunidad, durante los años de prosperidad, construyó infraestructuras muy importantes, que ahora toca rentabilizar. Además, ninguna contiene en su territorio la tercera y la cuarta provincia de este país, y encima suma otra, Castellón, por encima de la media de convergencia europea. La vertebración, hoy, por tanto, no es un imperativo político, sino un chaleco salvavidas. Hagámosla, por primera vez, real. Pero también esta comunidad despilfarró en otras infraestructuras imposibles de sostener, agrupadas bajo ese engendro llamado "Proyectos temáticos". Es preciso mantener sólo lo que aporte algo y liquidar de la mejor forma posible lo que pueda realizarse de lo que quede, para compensar el coste de lo que no pueda traspasarse.

Gobernar desde el punto de vista de las víctimas. He contado la anécdota alguna vez ya. Pero me perdonarán si la repito, porque viene al pelo. Los viejos redactores jefes se la narraban antes a todos los novatos. Me refiero a la historia del becario que cubre su primer suceso y entrega un texto donde escribe que el accidentado cayó a un pozo "de diez metros de altura". "Querrás decir de profundidad, ¿no, chaval?", le espeta su jefe. Y él contesta: "Es que yo escribo desde el punto de vista de la víctima".

Fabra no necesita clases de liderazgo. El liderazgo es una mezcla de aptitud y experiencia que no te puede enseñar nadie, sino que en todo caso se desarrolla con el ejercicio. Pero si gobernara desde el punto de vista de las víctimas, de todos aquellos -que son legión- que luchan por llegar a fin de mes, o directamente no llegan, jamás habría pensado en despilfarrar 20.000 euros en contratar a alguien que se lo enseñe. Los epígrafes anteriores no le garantizan ni ser un líder ni salir con vida de ese campo de minas que le han dejado por reino en el PP y en el Consell. Al contrario, lo más probable es que muera políticamente en el intento. Pero al menos lo hará con dignidad, que es mucho más de lo que se puede decir de su antecesor en el cargo. Fabra sabrá qué quiere que se diga de él cuando ya no esté. ¿Que destrozó un partido? Ya está roto. ¿Que hundió una Comunidad? Ya está asolada. ¿Que perdió el gobierno? Ya está perdido. Lo único a lo que debe temer es a que digan que no hizo nada. Eso sí que no tendría perdón.