Varios expresidentes en funciones salieron a la palestra la semana pasada. Unos, como Aznar, con mucho eco, incluyendo sus nuevas ocupaciones internacionales. Otros, como Zapatero, diciendo que no iban a decir nada, pero aceptando una entrevista sosa. González, desde su Olimpo, "au dessus de la mélée". Suárez siguió con su enfermedad, así que queda fuera de plano: algo progresivo y lento nunca es noticia. Pero dejándole a él fuera, por motivos obvios, y a González, que tal vez queda demasiado lejos, la semana pasada ha sido también la de los podios de los expresidentes respecto al actual, igualmente en funciones (nadie lo es para siempre). "And the winner is...".

Primera opción. Rajoy es pésimo, Aznar fue el mejor, Zapatero fue peor que Rajoy. Es un argumento interesante, viendo, sobre todo, de dónde viene. En concreto, lo escuché en televisión en boca de un conocido telepredicador, de encendido verbo y de seguidores incondicionales. El argumento es que Aznar lo hizo bien, aunque comenzase lo del "ladrillo", Zapatero fue un incapaz por no afrontar la crisis y no detener el "ladrillo" y Rajoy es un desastre, pero en buena parte porque "le ha tocado bailar con la más fea". Vale. Pero digo que interesante porque se inscribe, a pesar del inevitable Zapatero, en la pelea interna del Partido Popular en la que intervienen las cosas de Gürtel, Bárcenas y el "quítate tú que me pongo yo". No está mal que desde el PP se acuse al PSOE de deslealtad, pero no deja de ser curioso que algunos líderes y lideresas del PP acusen a Aznar de lo mismo. Su problema. Y el nuestro.

Segunda opción. Aznar fue pésimo, Rajoy peor y Zapatero malo (o irrelevante, si me apuran). El argumento, aquí, no es tanto el "ladrillo" cuyas desgracias se enumeran, sino la guerra de Irak, el cuarteto de las Azores (cuarteto porque también estaba Barroso, que supo esfumarse y quedar excluido de aquella foto que pasó a la historia). En el fondo, se comparan tres estilos bien diferentes de ejercer el poder. El arrogante del segundo mandato de Aznar, ya con mayoría absoluta (para el primero, habló catalán "en la intimidad"), el ausente de Rajoy y el dubitativo de la mayoría relativa de Zapatero. Claro que los de la primera opción, al ver cómo se sitúa Aznar en bufetes y consejos de administración, compararán con la escasa presencia de Zapatero en tales canonjías (merecidas, sin duda) y dan a entender que tampoco Rajoy alcanzará tales cotas de presencia en la escena internacional. González, además de diseñar joyas, esparce política europea.

Tercera opción. "Que no, que no, que no nos representan". Están los tres en el mismo saco. Las manifestaciones contra la guerra de Irak fueron las mayores que se recuerdan en el país (y, dicho sea de paso, en el mundo). Por supuesto que manifestación masiva no significa manifestación mayoritaria y, de hecho, el PP ganó con tranquilidad las siguientes elecciones, municipales, cierto, pero no por ello menos significativas. La "indignación" comenzó con la crisis internacional, es decir, aquí, con Zapatero y su "mayo de 2010" cuando cayó del caballo y se convirtió en "austeriano", o sea, en seguidor de las recetas "troikistas" (de "troika", no de Trotski). Estos movimientos, sucesores, que no seguidores, del Foro Social Mundial, fueron eso: mundiales aunque todos apegados a su localidad, fuese en plazas, bulevares o parques tan diferentes como Tahrir en Egipto, Sol (y Catalunya), Syntagma en Grecia, Rotschild en Israel, San Pablo en Inglaterra o Zuccotti en los Estados Unidos. No fue "mayo del 68", pero tuvo sus resonancias. Y con Rajoy estos movimientos han alcanzado una mayor fuerza (y una mayor represión violenta), tanto en plan generalista ("Democracia Real, Ya"), sea en plan específico como las acciones concretas sobre los desahucios, las preferentes, los "yayoflautas" o los escraches. En resumen, "todos los políticos son iguales", luego estos tres, también. El problema es el tipo de democracia, no quién manda.

No me preocupa mucho cuál de las tres opciones es la más acertada. En realidad, no existe un sistema de indicadores objetivos que permita esos podios y, a la postre, cada opción lo que hace es arrimar el ascua a su sardina tanto para justificar a los "suyos" como para posicionarse de cara al futuro (también la opción tercera, sí). Pero, sobre todo, esto no es una olimpiada que termina con medallas de oro, plata y bronce. Es la constatación de que sigue habiendo problemas por resolver. Y que quién mande no es irrelevante.