En las series, el espectador recuerda mejor aquel relato que queda en suspenso y cuelga el cartel de "continuará" que las historias completamente cerradas. Lo contaba con verdadera pasión, multitud de citas y pormenorizados ejemplos el crítico Fran J. Ortiz en su intervención en la novena edición de Mayo Negro, jornadas organizadas por Mariano Sánchez Soler y el propio Ortiz bajo los auspicios de la Universidad de Alicante y el Centro de Estudios de Ciudad de la Luz. Unas jornadas que sin contar con el eco mediático de su semana homónima de Gijón, nos presenta cada año a un elenco de primerísimo nivel que el público asistente, fiel, agradece. Por allí pasaron Carlos Aguilar, enciclopedia viviente del cine español, compartiendo sus recuerdos con Jesús Franco; Jordi Ledesma, la bonhomía personificada, indagando en el tema del narcotráfico, o Manel Gimeno, hincando el diente al humor en el género negro. Pero de todas las participaciones me quedo con la de Fran J. Ortiz. Una ametralladora de datos y referencias. El comunicador más apasionado que imaginarse pueda. Uno, curtido en mil conferencias (durante los cursos de verano, empezando a escucharlas a las 9 de la mañana, hay días que puedo encajar hasta 7 u 8) situaría a Ortiz, en un supuesto ranking, como uno de los conferenciantes revelación. En la línea de un Jesús Marchamalo. De esos que se hablan encima, y encima hablan muy bien, y no queda más remedio que quererles. En el caso de Fran, como valor añadido, sin despegarse de su acento villenense. Precioso en jerga culta. Caso idéntico al de mis adorados María Ángeles Rodríguez Cuchillo, Sergio Galindo y su hermano Inocencio (qué duro me está resultando gestionar su pérdida), los pintores Rafael Hernández y Vicente Rodes Pérez, con quienes tanto he aprendido y gozado. Torrenteras de vida. Como Ortiz.