El enfrentamiento protagonizado esta semana por la alcaldesa de Alicante, Sonia Castedo, y quien ejerce de facto su misma responsabilidad en Benidorm, Gema Amor, a cuento de la conexión del AVE entre ambas ciudades mediante líneas de autobús, ha vuelto a poner sobre la mesa, de forma tan cruda como patética, el problema más grave que sufre esta provincia: el de ser su peor enemiga. Una vez más, hemos hecho el ridículo y ofrecido la imagen de que no somos otra cosa que una panda de liantes de los que, cuanto más lejos, mejor.

Con la crisis que padecemos, la discusión sobre si Benidorm puede disponer de espacio en la estación del AVE para que líneas regulares de transporte por carretera recojan pasajeros podría parecer menor. Pero no lo es, y no por el juego de intereses cruzados y las repercusiones económicas que pueda atesorar un debate como ese, sino por la capacidad que ha tenido en apenas unas horas de airear nuestros peores defectos: la falta de cohesión, de criterio, de capacidad de organización o anticipación. ¡Estamos polemizando sobre cómo se desplazan una vez aquí los viajeros que traiga el AVE, no con dos años de antelación, ni uno, ni siquiera seis meses! ¡Estamos peleándonos, dando el espectáculo, a apenas unas semanas de que el primer convoy arribe! Para matarnos.

Esta provincia, la que cuenta con el mayor número de grandes municipios de toda España, presenta un déficit: no tiene capital que ejerza como tal. En los años 60, cuando la economía del país empezó a crecer después de décadas de miseria, la mayoría de las poblaciones logró posicionarse: así se transformaron en grandes ciudades Benidorm, con el monocultivo del turismo; Elche o Elda, con el de la industria zapatera; la Vega Baja en general, con una de las agriculturas más ricas del país gracias al trasvase del Tajo; o Alcoy, que vivió un renacer industrial. La ciudad de Alicante, sin embargo, equivocó la apuesta. Optó por ser un centro de servicios, pero de servicios exclusivamente para el resto de la provincia, sin mirar más allá. El tinglado comenzó a venirse abajo conforme nacía el Estado de las Autonomías: ¿qué sentido tiene buscar servicios en Alicante pudiendo recurrir directamente a Valencia? Luego desaparecieron las delegaciones ministeriales, y el fuera de juego de la ciudad de Alicante, tierra de nadie entre la capital de España y la de la Comunidad, quedó más en evidencia. Y por fin, cayó la CAM y la Universidad se partió. En enero de 2000, cuando los síntomas de la decadencia eran más que palpables, en estas mismas páginas se publicó un artículo titulado "La capital de El Corte Inglés", advirtiendo, hace trece años, de que a esas alturas sólo ese gran centro comercial la distinguía de otras ciudades. Siete años después, El Corte Inglés abrió en Elche. Hasta eso se acabó.

Pero si la capital lleva décadas sin saber definir un modelo que le permita ejercer como tal, los principales municipios de la provincia también han cometido reiteradamente el error de no comprender que hacer cada uno la guerra por su cuenta, a largo plazo, no beneficia a nadie, sino que arruina a todos. Es lo que ha hecho ahora Benidorm: irse a negociar directamente con Fomento, Renfe y Adif, saltándose a Alicante, que al final tiene la potestad legal de permitir o no la conexión dentro de su término municipal. Mala jugada. Como mala ha sido también la respuesta visceral de Castedo el primer día, negando el pan y la sal al que es el principal destino turístico de la Comunidad. Una capital no veta, lidera. Esa diferencia es la que tenía que haber tenido en cuenta Castedo a la hora de responder. Pero tampoco un municipio, por muy importante que sea, puede hoy en día ir por libre obviando todas las regulaciones: eso es lo que olvidó Amor.

Ambas ciudades y ambas dirigentes son prisioneras de sus circunstancias. Aquí se juntan la mortal indefinición de Alicante, cuya política municipal es sólo una sucesión de espasmos, con la delicada situación de Benidorm, cuyo modelo empresarial y de ciudad por primera vez está en peligro. Aquí se alían los desplantes del PP hacia la que todavía es "su" alcaldesa en la segunda ciudad de la Comunidad, Sonia Castedo, y la ansiedad de ésta por garantizarse los apoyos populares necesarios por si sus problemas judiciales le apartan de las listas populares y tiene que presentarse bajo bandera de conveniencia, con la necesidad de protagonismo de quien, como Gema Amor, ya se dio a la fuga hace dos años y ahora sabe que le quedan otros dos para confirmarse como la dueña del Ayuntamiento de Benidorm o ser arrastrada por el temporal. Las dos juegan con cartas marcadas: ¿qué hizo Castedo para anticipar cosas como las lanzaderas y resolverlas con altura de miras cuando era, ya no alcaldesa, sino concejal de Urbanismo? ¿Qué propuso Amor sobre esto mismo cuando era miembro del Gobierno autonómico o dirigía el turismo provincial? Nada. No recuerdo nada de ninguna. Pero, por encima de ellas, aquí sobre todo planea la descomposición del partido gobernante, donde ya nadie manda. En Alicante, ni hay PP ni hay Consell. Hay caos.

¿Quién viene? Pero más allá de Castedo y Amor, y de esos convidados de piedra que son el jefe del Consell, Alberto Fabra, y el titular legal de la Alcaldía de Benidorm, Agustín Navarro, los errores vienen de lejos. El próximo 26 de mayo se conmemorará el 155 aniversario de la llegada del ferrocarril a Alicante. A bordo del primer convoy, que tardó 18 horas en recorrer el trayecto entre Madrid y Alicante, viajaba la reina Isabel II. Aquel tren significó una transformación radical de la provincia, no sólo de la ciudad de Alicante, como un siglo después lo supuso la inauguración del aeropuerto (sobre el que también hogaño andamos enzarzados por si debe denominarse "de Alicante" o "de Elche", como si todo el mundo no llevara décadas llamándole "de El Altet"). ¿Quién viene ahora que es el AVE el que llega? ¿El Rey, el Príncipe, Rajoy? No se sabe. ¿Qué hemos hecho desde que hace más de una década se aprobó la construcción del AVE hasta hoy? Prácticamente, nada. Es increíble que hasta hace sólo unas semanas ni siquiera se hubiera constituido comisión alguna para estudiar los problemas que plantea la nueva infraestructura pero, sobre todo, cómo se le saca el mayor partido. Es alucinante que no sepamos nada aún de cómo va a recibirse el primer AVE, dentro de la austeridad que nos agobia pero sin perder de vista que para esta provincia la imagen es parte indispensable del negocio. Y estamos, en el caso de la trifulca con Benidorm, pagando la equivocación de no pensar detenidamente y entre todos dónde era mejor situar la nueva estación de ferrocarril. Y estuviera donde estuviera, el enorme yerro de no haber erigido a su lado la de autobuses, creando un verdadero nodo intermodal. Ahora tenemos una cosa en el centro de la ciudad, otra en el Puerto y un lío monumental para ordenar el tráfico.

Es obvio que los hoteleros de Benidorm deben poder cargar y descargar a sus clientes, mediante autobuses "charter" contratados a ese efecto, a pie de estación. Otra cosa, en el siglo XXI, sería incomprensible. Es de cajón también que Benidorm no puede ordenar el tráfico dentro de Alicante y que, por tanto, no puede saltarse la regulación y habilitar líneas regulares de autobús a la estación a espaldas del Ayuntamiento que preside Castedo. Es comprensible que Castedo quiera granjearse la amistad de sus taxistas y Amor la de sus hoteleros, pero lo que no pueden es olvidar que ambas están obligadas a defender el interés general por encima de los de cualquier sector concreto o de los suyos particulares. Dejen, pues, ambos ayuntamientos de dar el cante y negocien una solución que, de cualquier forma, no va a ser fácil, porque ni la estación está donde debería estar ni en ella cabe lo que se le quiere meter. Y a ver si de una vez empezamos a trabajar en conjunto: sin prepotencias, ni guerras de guerrillas. Con más nueces y menos ruido. Porque el AVE no es un tren turístico, sino una infraestructura dinamizadora de toda la economía provincial; en definitiva, un negocio. Y vendría bien que nos dedicáramos a ver cómo nos repartimos ese pastel, en lugar de desperdiciarlo peleándonos zafiamente por los trozos.