El Convento de Mercedarios, hasta hace poco ocupado por las monjas Clarisas fue, junto al convento de San José, el principal edificio extramuros de la ciudad de Elche. Situado a la entrada a la ciudad desde el camino de Alicante, compartió a su alrededor un pequeño barrio donde con el tiempo se consolidaron dos plazas recoletas. La hoy llamada plaza de les Eres de Santa Llucia, arbitrando un espacio perfectamente limitado ilustrativo de la ciudad; y enlazando con ella la plaza de la Merced.

La de les Eres debió ser una de las plazas que sirvieron de paseo salón para los ilicitanos de antaño. Cerrada a levante por la extensa fachada del convento y al norte por la llamada casa Gómez, se apartaba del tráfico permitiendo un paso angosto para enlazar con el Paseo de la Estación. Era como un área cercada dedicada al reposo cual remanso para el descanso. Sin embargo, al sur, el enlace de esta plaza con la de la Merced encubría una articulación urbana compleja.

Pero volvamos al caso. Lo cierto es que esta plaza de les Eres se deterioró gravemente tras la destrucción de los edificios religiosos sucedidos en febrero de 1936. La quema de la iglesia y el intento de asalto al convento de monjas constituye uno de los capítulos negros de nuestra historia ciudadana. Afortunadamente los alumnos de la Escuela de Arquitectura de Madrid habían levantado en el año veintidós la fachada del convento y dibujado los interiores de la iglesia. Fue un curso donde César Cort, alicantino y primer catedrático de urbanismo, propuso a Elche como ciudad donde los futuros urbanistas debían trabajar. Y eligieron precisamente esta plaza que nos preocupa como elemento central de sus trabajos. Sin embargo, en el colmo de los males, la Escuela de Arquitectura, recién trasladada en el año 36 a la nueva Ciudad Universitaria se convirtió en línea de frente. Con lo cual se destruyó la escuela, se quemó la biblioteca con sus incunables y se volatilizaron todos los trabajos almacenados. Nos quedamos así sin aquellos dibujos que reflejaban esta plaza y convento y que hubieran podido servirnos para su reconstrucción. Tan solo quedó una corta publicación en la revista "Arquitectura" del Colegio profesional de Arquitectos.

Siguiendo la historia, en la posguerra -ya bastante degradada la plaza- sirvió de espacio para parada de autobuses. En cuanto al templo no se reconstruyó, procediéndose a la desacralización y venta, como solar para viviendas. Y con este aspecto pueblerino de plaza útil para todo, la retengo en mis recuerdos de infancia. Por fin, en los años ochenta, tras el traslado de la estación de autobuses a nuevo emplazamiento y llegado el escandaloso derribo de la casa Gómez, se remodeló todo el espacio, al albur de ciertos aires de "Recuperación de la Ciudad". Para ello se procedió a rememorar vagamente la casa y a proceder al levantamiento de otra nueva plaza que recobrase la historia.

Y a mi modo de ver, no se ajustó con la debida reminiscencia histórica el nuevo diseño de la plaza. El mayor error tal vez fuera la cota a la que se elevó el paseo. Se situó a más de un metro por encima de lo existente. Y como el arbolado fue conservado, se enterraron los pies de cada árbol hasta la nueva cota requerida. Por último quiero señalar que el enlace entre las dos plazas quedó sin resolver. Mayor desastre: los motivos de tráfico impusieron una diagonal hoy ocupada por un aparcamiento de motos que carece de todo sentido compositivo y que interrumpe la vía fácil del caminante.

¿Cuál es el último intento? Hoy volvemos a repensar la plaza desde un punto de vista ajeno a las consideraciones de espacio público que invite a un regalado esparcimiento. Lo pensamos desde la óptica comercial para extraerle una rentabilidad ofrecida por aquellos locales comerciales insitos en sus márgenes. Y no es que me parezca espuria la propuesta, pero al menos deberíamos tener una idea clara de ese espacio público que deseamos definir y ofrecer al pueblo.

Para ello -y en estos tiempos de crisis- propongo tomarnos tiempo soñando. Por lo cual sería bueno crear un concurso de soluciones para esta plaza de Santa Lucia; y sobre todo hallar la continuidad urbana con la plaza de la Merced.

Porque en tiempos de crisis hay largos ratos para que los arquitectos piensen soluciones que superen la afanosidad del día a día. Dibujando una actuación desde la lógica del interés público por encima del interés comercial de los negocios. Es decir, proyectando unos elementos comerciales en la plaza sin olvidar un plan de conjunto que armonice estas dos plazas, orgullo de la ciudad.