Tal día como hoy, dentro de un mes, se cumplirán 18 años desde las elecciones autonómicas que hicieron del PP el primer partido de la Comunidad Valenciana y le abrieron la puerta para convertirse en la fuerza hegemónica que ha acabado siendo. ¿Que por qué me adelanto, si como digo falta un mes? Lo hago por ellos, por los dirigentes populares. Por darles un consejo ahora que todavía hay tiempo, aunque no me lo hayan pedido: NO lo celebren. Repito: NO lo celebren. No hay cosa alguna que festejar y sí mucho que purgar, así que NO lo celebren. Fin del consejo. De nada.

Una generación -se dice pronto- después de que el PP se adueñara del poder en la Generalitat, las tres diputaciones, los ayuntamientos de las tres capitales y la práctica totalidad de los grandes y los pequeños municipios, el balance es que la Comunidad Valenciana sólo compite en ser la más endeudada de España y la que peor imagen tiene. El gobierno autonómico está en quiebra económica y en coma político. Nuestras cifras de paro están por encima de la media de un país que bate marcas históricas de desempleo, sin que haya ningún plan para combatirlo. El déficit es imposible de superar, ni con mejora de la financiación ni sin ella, pero en todo caso el Consell, que tanto denuncia esa pésima financiación aquí, condona la deuda histórica cuando se ve las caras en Madrid con Montoro. Y es que cuando tiras millones construyendo aeropuertos sin aviones, estudios de cine sin plan de negocio, trasvases que no llevan agua y cuyos embalses se agrietan antes de estrenarse o tienen que vaciar lo que les cae del cielo por falta de conexiones; cuando quiebras dos de las cajas más importantes de España y de retruque un banco y miras para otro lado, cuando haces todo eso y más, digo, pedir dinero y que te lo den es difícil, con crisis o sin ella.

¿Y la corrupción? La corrupción ha minado los cimientos de todas las instituciones y ha provocado que sólo Andalucía tenga más investigaciones sobre políticos abiertas en los juzgados que nosotros, con la diferencia, en contra nuestra, de que aquí los imputados se aferran al escaño en las Cortes. Y de que hemos tenido a un presidente de la Generalitat, que sólo dimitió en el último instante, sentado en el banquillo. Que de los alcaldes de las tres capitales de provincia, dos -la regidora de Alicante y el de Castellón- están procesados y otra, la de Valencia, bordea la imputación. Y que dos expresidentes de diputación y también de sus respectivas organizaciones políticas provinciales -Carlos Fabra y Ripoll- se sentarán en el banquillo y la tercera, la de Valencia, tiene a un exvicepresidente enfangado hasta el tuétano. Que un exconseller y exportavoz parlamentario, Rafael Blasco, tiene pendiente una causa que puede llevarle a la cárcel, lugar que otros miembros de ese partido y exaltos cargos del Ejecutivo, como el exalcalde y exconseller Cartagena, ya han conocido. Y que otro conseller ha tenido que dimitir en esta legislatura cuando apenas lleva mediado mandato. Que una expresidenta de las Cortes también afronta una durísima pena de prisión y otra exconsellera se encuentra en similares condiciones. Que el exalcalde de la segunda ciudad de la Comunidad, Luis Díaz Alperi, no está en manos del Tribunal Superior por un caso, el del presunto amaño del PGOU, sino por dos: Hacienda le acusa también de haber defraudado cantidades millonarias imposibles de explicar a partir de sus ingresos declarados y públicos. Y que el exalcalde de la quinta, Torrevieja, que entró en el Ayuntamiento como mozo de farmacia y salió terrateniente, ya ha sido condenado. Que seguro, en fin, que me dejo casos fuera (los exvicepresidentes del Consell Campos o Rambla, verbigracia) porque ésta se ha convertido en una Comunidad donde no hay día en que su clase dirigente no te despierte con un sofoco, no en vano un personaje como El Bigotes, el amiguito de Camps, ha entrado en nuestra historia en página impar y mayúsculas. Pero incluso con olvidos el rosario resulta espeluznante.

Paro, despilfarro y corrupción. El mantra que una y otra vez repitieron los populares contra el gobierno de Felipe González hasta conseguir la victoria es hoy, 18 años después de que el PP tomara el control de esta comunidad, el verdadero himno de la misma. Ya no estamos para ofrendar nuevas glorias a España, sino para ejemplificar todos los males que han llevado a este país a la miseria. ¿Se han hecho cosas buenas en este período? Claro. Pero hoy estamos cerrando inventario. Y somos tierra quemada.

Dice el president Fabra, antes sólo en privado y ahora cada vez de forma más abierta, que él no tiene la culpa de la herencia que le han dejado. Como si le hubieran forzado a aceptarla, como si no estuviera obligado a denunciarla, como si no fuese su misión corregirla, como si no fuera un imperativo moral y político dimitir si no es capaz de cambiar las cosas. Pero además se equivoca: la herencia ya es suya. Su acción de gobierno, o más bien su inacción, agrava la situación recibida y la hace cada vez más insufrible. Nunca la Comunidad Valenciana ha estado más desvertebrada que ahora, con un presidente que como los toros estoqueados se arrima a tablas y se refugia en Castellón, pagando peaje, mientras cuando está en Valencia se atrinchera y en Alicante suma cada día un agravio nuevo, una estafa más. La última la de dejar el Tajo y el Júcar en manos de Cospedal. El partido del "Agua para todos" ha demostrado ser el del "Agua para mi secretaria general". Y resulta una vergüenza que al presidente no le hayamos oido decir ni palabra acerca del expolio que va a sufrir Alicante en sus derechos sobre un bien común e imprescindible. Acusaban a los socialistas de no traer el agua, y lo que ellos están haciendo es robarnos por decreto la poca que teníamos.

Tampoco su partido ha estado jamás en la situación de descomposición en que se encuentra ahora. Con los notables de Valencia dedicados a la fronda, que es lo que más les gusta. Con la alcaldesa de Alicante, Sonia Castedo, y la exalcaldesa de Orihuela, Mónica Lorente, preparando partidos por si les cuadra romper el PP definitivamente. Con la presidenta de la Diputación de Alicante, de natural dialogante, cada día más exasperada por la gestión del Consell y la actuación de su vicepresidente Císcar en Alicante. Con Benidorm y Alcoy perdido para los restos y Elche en el aire. Con unas encuestas en las que el PP, como la crisis, cae y cae y cae y sigue excavando. Con un Gobierno, el de Rajoy, que fiaba todo a una tibia recuperación económica antes de enfrentarse a las urnas y lo demás, incluida esta Comunidad, le importaba un cuerno, y que ahora es un moribundo. Y con un Consell experto sólo en liar los líos (lo de la conselleria de Educación acabará estudiándose en las universidades, denle tiempo) y con un presidente secuestrado (él sabe mejor que nadie de quiénes es rehén y cómo le chantajean); con todo eso a cuestas, de no mediar un cambio tan radical como improbable, el único futuro que se le abre a Alberto Fabra es el de ser el último mohicano del PP tras dos décadas de ordeno y mando. Bueno: no es un papel que acabe bien (al final pierdes el pueblo, la chica y la vida), pero también es una forma de pasar a la historia.