Sí, pese a mis continuos y a veces indiscriminados ataques a la clase política, tengo que confesarles que yo fui concejal de mi pueblo. He cometido muchos errores en mi vida, afortunadamente ninguno que no tenga reparación, pero les prometo que el mayor error fue aceptar entrar en una lista independiente en las elecciones municipales de 1995. Novelda Independiente se llamaba el partido, y digo se llamaba porque ya no existe. Ustedes me disculparán, pero de esta formación prefiero no comentar nada. No me siento nada orgulloso de mi militancia en él. Ya sé que nadie me puso una pistola en el pecho para presentarme por dicho partido. Simplemente me llegó la ocasión con una edad ideal, 45 años, y el resto lo hizo el ego que todos tenemos, y, por qué negarlo, una moderada dosis de servicio a mi pueblo. Todo eso mezclado se convirtió en un cóctel explosivo que me hizo concejal. Pero en este cóctel no cabía la dosis económica. Yo era un humilde concejal de Deportes que, si no me equivoco, percibía 20.000 pesetas por la delegación y 5.000 más por asistencia a plenos. De los emolumentos no estoy seguro, han pasado casi veinte años, pero sí puedo asegurarles que yo jamás vi un duro de estas cantidades. Mi vida estaba más o menos resuelta en la empresa entonces de mi padre y destiné a otros menesteres estos emolumentos y que, permítanme, omita su destino. Esto no implica, en absoluto, que demonice a los concejales que perciben su salario de las arcas públicas. La gente, y más si es válida, ha de sentirse reconocida económicamente. Cosa distinta es quien hace de la política una profesión y se agarra a ella sin el más mínimo decoro ni deseo de servicio.

De todas formas deseo expresar mi reconocimiento a los miles y miles de políticos honrados y perjudicados enormemente por esta hornada de incompetentes y sinvergüenzas con los que nos ha tocado convivir.

A pesar de lo dicho, me siento muy orgulloso de nuestros logros en la Concejalía de Deportes. Por supuesto, hubo muchas lagunas, pero impulsé o mejor impulsamos muchas actividades deportivas que en Novelda se habían perdido o excluido. Pero yo no quiero aburrirles con mis logros o torpezas en mi delegación que, como en botica, de todo hubo. Ahí están: algunas perduran y otras han sido innecesariamente eliminadas por ineficaces garrapatas de la cosa pública. Que cada cual juzgue como le plazca, han pasado muchos años y ya nada puede inmutarme de aquella época.

Y si digo que fue el mayor error de mi vida es sencillamente porque lo fue. Me adentré en un sitio equivocado y pronto me apercibí, pero ya era demasiado tarde. Involucré a muchos amigos en aquellos proyectos y no podía ni debía dejarlos solos. No era posible la marcha atrás. Aguanté mis cuatro años prometidos y, una vez finalizados, me largué, todo lo rápido que pude, a mi casa y aquí sigo pese a alguna que otra leve insinuación de regreso al pasado. Pero muy leve, no vayan ustedes a creer en alguna machacona insistencia. Nada de eso.

Como ya digo, lo pasé muy mal, pero jamás por culpa o motivo de los ciudadanos. Al revés, siempre me sentí muy bien tratado. Mi problema era otro. No quiero ni pretendo dármelas de íntegro, que ahora estamos haciendo todos un fácil blanco de los políticos, pero es cierto que no me sentía cómodo en la función pública. La democracia es un logro que mi generación luchó mucho por conseguir y se consiguió. Hoy, con mucha pena, he de definirla como un mal necesario o el menos malo de los males posibles. La democracia, repito e insisto, es el poder que emana del pueblo. Éste elige a sus representantes mediante listas cerradas con todos los defectos y desfases que aprobamos en la Constitución de 1978.

Esta democracia, lamentablemente, se ha deslizado hacia una partitocracia, hacia un poder que emana de los partidos políticos, hacia un abuso de estos partidos que se han atrincherado en sus dominios y están ejerciendo una verdadera dictadura que no fue por la que se luchó tanto. Los partidos políticos, siempre lo defenderé, son absolutamente necesarios pero necesitan como la mayoría de los estamentos de este país una profunda y seria renovación. Estamos viviendo unos momentos muy convulsos y sólo veo dos alternativas: renovación o revolución. Esta situación no se soluciona con parches, con promesas. Dado que las revoluciones siempre son cruentas, pues no nos queda otra que afrontar una profunda renovación de todo el sistema democrático. Y no hablo sólo del español. Me estoy refiriendo a la caduca y casposa Europa que nos está asfixiando con tanto recorte, con tanta injerencia que ya nos ha dejado sin aliento. Me aterra el caso de Chipre y sus posibles consecuencias de contagio. ¿Cómo podríamos las pequeñas empresas sobrevivir? No, prefiero no pensarlo.