Cada año desde que empezó esta crisis lacerante que nos circunda como corona de espinas en semanas de pasión sin solución de continuidad, la visita al Caserío va convirtiéndose en un desfile de gentes venidas a menos. Ciudadanos que van dejando en el camino, muy a su pesar, parte sustancial de lo que había sido hasta la fecha su forma de vida en cuanto al beneficio común, tras la incipiente redistribución de las riquezas vía impuestos. Los pilares que sostenían a la sociedad se tambalean, se resquebrajan. Sanidad, educación, mundo laboral con síntomas de crónica enfermedad de patología que camina al desahucio de derechos adquiridos y forzado anclaje de nuevas obligaciones acompañadas de recortes y más tributos. Al tiempo aumentan año a año, romería a romería, camino a camino, en proporción perturbadora, quienes engrosan la larga fila de parados, y como consecuencia la cifra de ciudadanos que bajan a los infiernos de la pobreza, cada día más extensa, crónica e intensa. Camino de pobres, romería para desheredados, Vía Crucis para necesitados.

Los pobres de la ciudad acuden al Caserío. Desahuciados por los poderes públicos esperan ser confortados por la Santa Faz, último recurso ante una fe social destruida y unas creencias basadas en el arraigo popular vinculado al resorte religioso. Son más de tres millones de ciudadanos españoles los que se encuentran en la pobreza extrema, de ellos algunos miles, de entre el cuarto de millón de personas que anualmente acuden a la romería, recorrerán el camino hacia el Caserío. Pobres sin hogar, pobres sin manutención. Gentes que duermen en las calles, en albergues, en edificios sin garantías. Gentes que se alimentan en comedores sociales, en colas habilitadas para recoger un bocadillo que llevarse al estómago vacío, ávido de sustento. Gentes que recogen paquetes de comida de los bancos de alimentos.

Mirando en derredor durante el recorrido, con seguridad verás a un pobre caminar. Creíamos que la España del Plácido berlanguiano de ponga a un pobre a comer en su mesa, la habíamos superado con creces, pero la cruda realidad nos invita a reflexionar que tiempos tan tristes y sórdidos pueden volver a emerger en una España tan distinta y distante de la descrita por los maestros Berlanga y Azcona. La solidaridad, la empatía y el esfuerzo colectivo se hacen imprescindibles para atajar la diabólica situación y reencontrarnos con el camino de recorrido opuesto, que eliminando desigualdades, acabe con la pobreza y revitalice el empleo.

Organizaciones no gubernamentales, como Cáritas, siguen trabajando a favor y con los excluidos, denunciando hechos y situaciones con espeluznantes cifras e impactantes datos. Conforta que en poderes como la Iglesia se aproximen nuevos tiempos en los que los pobres pasen a ser prioritarios en su labor. Francisco, el "Papa Paco" de los barrios obreros, desde su primer mensaje en noche lluviosa de Cuaresma, alza su voz a favor de los pobres, para estar prioritariamente a su lado. Quizás su condición de jesuita e hispanoamericano, influido por la filosofía de Arrupe y la labor de los asesinados Ellacuría o Rutilio Grande, siempre al lado de los más necesitados, haya hecho del nuevo Pontífice un defensor de los derechos humanos dispuesto a erradicar oropeles del Vaticano y a renovar el acercamiento a los más desheredados. Seguramente el Papa Paco caminaría junto a los romeros, con caña y blusón, lejos de comitivas oficiales, ya sean laicas o eclesiales. Camino de pobres, camino de parados en busca de esperanzas para un futuro mejor.