Justo en la fecha en que alcanzaba su primer aniversario al frente de la organización, el mandamás de los socialistas valencianos se zambulló entre sus correligionarios de Alicante ciudad y, lo que resulta más impresionante, sobrevivió. Voces con peso en diferentes círculos vienen poniendo énfasis en que Ximo Puig cada vez dice cosas con mayor sentido. Ya sé que suena muy fuerte pero la realidad es que, en la conmemoración a la que acabo de hacer alusión, no sólo tuvo los santos de volver a sumergirse en una de las células más descompuestas de las que nos rodean sino que, sobre la marcha, fue capaz de lanzar el siguiente mensaje: "O recuperamos la credibilidad o no seremos alternativa al pepé por muchos casos de corrupción que lo ahoguen. Es preciso cambiar la forma de hacer política empezando por nosotros mismos". Dirán ustedes que eso lo sabe todo el mundo. Por supuesto que sí. Todo el mundo menos ellos, si no de qué iban a haber alcanzado las mayores cotas de la miseria. De haberse percatado de lo evidente siglos atrás, el pesepevé no se encontraría envuelto en este papelón. Habría sido tan fácil como preguntarse qué ofrecemos en realidad. Lo peliagudo es enfrentarse a la respuesta. El partido que lidera Puig sufre una doble crisis. La de la desafección a la política, con un escalada que produce vértigo, y la interna, que precede a aquélla, y que tiene ahora mismo a un instrumento con tantos años de existencia que no hay por donde cogerlo. Los cuarentones son los más jóvenes que tienen conciencia de lo que los socialistas de Lerma and company impulsaron por aquí. Los que nacieron a continuación no han tenido oportunidad de percibir esa influencia en sus vidas. Ni esa ni la diseñada por Alfonso Guerra cuando, en el 82, aventuró que a España no la iba a reconocer ni la madre la parió. Toda una tarea en la misma dirección la que tiene por delante Ximo Puig con el pesepevé. Quiera o no, una revolución.