Está claro que no resulta fácil librarse de los tics que se han ido mamando en las edades tiernas de los seres humanos (ignoro si esto ocurre también entre los demás seres). Los comportamientos en los que hemos sido educados, lo que se nos ha inculcado, con el paso del tiempo se va incorporando a nuestro albedrío y acaba arraigándose con tal fuerza que resulta muy difícil cambiarlo, modificarlo. Ni siquiera cuando los tiempos, la cultura, las modas, la corrección política y demás normas sociales nos dictan otras maneras de comportamiento corregimos del todo aquellos estándares que teníamos asumidos desde la más tierna infancia.

Es el caso de aquella arraigada, piadosa, rancia y distinguida costumbre de practicar obras de caridad. La gente bien -ojo, no confundir con la gente de bien-, la que tenía posibles, la que aparentaba cumplir con las imposiciones religiosas, la que quería medrar y apuntarse un tanto tenía por costumbre hacer obras de caridad. En público, claro, con luz y fotógrafos, si era posible, porque lo que redondeaba la operación era que se supiera, que todo el mundo pudiera reconocer a aquellos personajes de tanta sensibilidad y enorme corazón. Mira que se decía aquello de que "si das limosna con tu mano izquierda que no se entere la derecha", pues nanay, periódicamente se aireaban los visones y otros pellejos descendiendo a los degradados entornos para poder practicar la generosidad al prójimo, bajando a los suburbios donde vivía la gente necesitada, pobre pero honrada.

Ahora eso no queda igual de bien, las cosas como son. La mentalidad y la ideología imperante ya no aplauden ni permiten la práctica de aquellas trasnochadas exhibiciones. Pero han rebrotado en la sociedad necesidades que pensábamos liquidadas -o casi-, se han hecho muy visibles situaciones dramáticas que prácticamente teníamos olvidadas y de repente nos hemos topado con una triste realidad: hay personas que pasan hambre. Y ante este terrible hecho, como no podía ser de otra manera, los sensibles corazones de muchas personas han activado los mecanismos de solidaridad y se han puesto en marcha iniciativas ciudadanas para paliar, en la medida de lo posible, los efectos de esta cruda realidad. Ya no se puede utilizar el trasnochado estilo. Ya no queda bien sacarse fotos mientras se realizan estos responsables actos. No se pueden remarcar las fronteras sociales de antaño diferenciando los que daban de los que recibían simplemente por el aspecto de sus vestimentas. Ahora se viste más o menos al mismo nivel a ambos lados de la raya. Es evidente que esto ha cambiado.

Mencionaba la amplitud del rebrote solidario y la transversalidad que ha alcanzado en todas las capas de la sociedad actual y, claro, era de cajón, el hambre se resuelve con comida, los bufets de los hoteles ofrecen sobradas viandas a su clientela, la reacción de los hoteleros no podía, pues, hacerse esperar: los empresarios de algunos hoteles de Benidorm se han puesto en marcha para que no se desperdicien las sobras de los bufets y que estos alimentos puedan llegar a los que pasan hambre. Nada más loable. Pero, no se crean, no les está resultando fácil alcanzar sus objetivos. Al parecerm, está prohibido transferir las sobras de los bufets a otro destino que no sea su consumo "in situ" o su eliminación en la basura. Quizás haya que modificar normativas de seguridad alimentaria o inventar novedosos procedimientos para resolver el tema.

Ante tales tribulaciones, no me resisto a proponer algunas vías para mitigar los problemas de ansiedad que tanta dificultad puede producir en las generosas conciencias de estos hoteleros mientras llega una solución definitiva. Veamos: ¿El problema radica en que no se pueden redistribuir las sobras? Pues no las declaremos como sobrantes. Que cada hotel asuma su parte de pobres y les invite a consumir en su comedor los excedentes de la clientela. No me negarán que esta no sería una brillante fórmula para distanciarse de las antiguas maneras de atender a los necesitados: tratarlos como clientes. ¡Eh!, hoteleros, ¿a qué viene ese mohín de desaprobación? ¿Es que no les convence del todo? Bueno, pues se me ocurre otra vía más acorde con el distanciamiento y asepsia de los nuevos tiempos, pero que puede seguir satisfaciendo las solidarias conciencias de los hoteleros: asignar un porcentaje de los beneficios para donarlo a este fin.

Seguro que todos, donantes y receptores, apreciarían un auténtico cambio diferenciador del comportamiento de antaño. Porque, no me negarán que cualquiera de mis dos propuestas no superaría aquella predisposición inculcada, aquellos antiguos modos de practicar las obras de caridad y que tanto nos cuesta cortar de raíz. Eso de dar lo que tenemos que tirar a los necesitados, aunque se haga anónimamente, puede transmitir todavía un tufillo poco edificante. Eso nos mantiene todavía ligados a los procedimientos heredados. Eso sigue siendo caridad, no contribución.

Además, a poco que se comprometiera todo el sector, se podría producir un vuelco en la resolución del problema -al menos el alimentario- a un buen contingente de población contando con el efecto llamada de tan brillante operación. Mira por donde el turismo además de la creación de puestos de trabajo podría resolver, también, algunos problemas a los parados.