Cuentan que durante la Restauración, un ministro que acababa de perder las elecciones se lamentaba en el hemiciclo del Congreso de los Diputados de las barbaridades que iban a cometer los nuevos gobernantes y de cómo iban a hipotecar el futuro de los españoles: "¿Qué va a ser de nuestros hijos?", se preguntaba a gritos. Desde el banco del partido gobernante no tardó en salir una voz potente que exclamó: "Al de su Señoría ustedes lo hicieron subsecretarioÉ".

A Bernat Capó, benisero que cuando fumaba en pipa tenía un cierto aire a lo Sandro Pertini, presidente socialista de la República italiana, y no tan sólo por su parecido físico, nunca le sucedió como al ministro cesante y a su privilegiado hijo. Bernat estuvo más de una década sin ver a su padre y sin poderlo abrazar por las motivaciones políticas típicas del franquismo, que tuvo a su padre preso y desterrado durante la mayor parte de su infancia por haber sido alcalde socialista de Benissa. Y eso, claro, marcó a Bernat.

Aunque las injusticias de aquella época tenebrosa no impidieron que Capó estudiara Derecho; trabajara en la Unión de Benisa; ejerciera de periodista en un montón de revistas y diarios, incluyendo INFORMACIÓN; que fuera de los primeros en aquellos años sombríos en publicar en la nostra llengua; que se casara con Lolita, el amor de su vida; y nos dejara obras magníficas que ya figuran en la historia de nuestra literatura, como Espigolant pel rostoll morisc, una de las recopilaciones viajeras más importantes que se han escrito sobre los usos y costumbres del País Valenciá, concretamente de la Marina, su tierra.

Capó, que se define a sí mismo como "republicá i agnòstic", pudo hacer realidad su sueño de ver cómo se levantaba la Casa de Cultura en Benissa mientras desempeñaba la concejalía correspondiente. O que la Biblioteca Pública llevara su nombre por acuerdo unánime de todos los grupos políticos representados en el Consistorio. Además, ha superado con entereza y donaire dos intervenciones quirúrgicas capaces de acabar con cualquiera que tuviera una pizca menos de ganas de vivir que él: "Soy de esta manera y así moriré. Ahora bien, ¡cuánto más tarde, mejor!".

Hace algún tiempo que se ha mudado al "piset" en la parte alta del centro urbano de Benissa y ha abandonado aquel espléndido chalé a la entrada de su pueblo desde donde cada amanecer, ya que Bernat suele ser muy madrugador y poco trasnochador, podía extender el brazo y tocar con la punta de los dedos el Penyal d'Ifac. O comunicarse, sin necesidad de alzar excesivamente la voz, con su muy amigo Salvador Soria, otro famoso resistente a las injusticias de épocas pasadas con el que Capó ya no puede dialogar porque el pintor y escultor nos dejó hace poco tiempo.

Ahora Bernat, que incluso tiene un Premio Literario que lleva su nombre y ha visto cómo le homenajea la Universidad de Alicante con una publicación más que merecida, se dedica a escribir unas Memorias, en las que, con toda seguridad, aparecerán sus relaciones con lo más granado de una generación inolvidable de valencianos universales con los que él tanto contacto tuvo y a la que pertenece de pleno derecho, aunque sea más joven que la mayoría de ellos: Juan Gil-Albert, Joan Fuster, Enric Valor, Vicent Andrés Estellés, Manuel Sanchis Guarner, Arcadi Blasco, Joan Valls, Enrique Llobregat, Vicent Ventura, Enrique Cerdán Tato, Josep Iborra, Ricardo Muñoz Suay, Eliseu Climent, Vicente Aguilera Cerni o Casimir Meliá.

Pero, también, Bernat continúa al pie del cañón rodeado de sus jóvenes pupilos, entre otros el profesor Joan Borja, ejerciendo su impagable magisterio de hombre bueno y excelente literato. Peleándose con las trabas que le pone el taimado ordenador, donde suele perder a veces los textos, para denunciar en sus artículos periódicos desde INFORMACIÓN, las injusticias que en este país se cometen en nombre del liberalismo que nos azota y criticando, sin pelos en la pluma, unas actitudes que nos recuerdan tristemente épocas que en este país creíamos superadas. Tal vez por eso, en su ochenta y cinco aniversario, mientras degustamos con fruición un exquisito "arròs al forn" preparado por su inseparable Lolita, le gusta recordar una de sus anécdotas preferidas sobre la clase política conservadora, la de antes y, ¡ay!, la de ahora: Durante una recepción en Palacio, Isabel II abordó al Duque de Sevillano y le espetó de golpe "¿Es cierto que te has enriquecido sobremanera dándole paja a los caballos del Ejército?". Y el Duque de Sevillano, que llegaría a ser ministro de Hacienda, respondió: "Al contrario, señora. No dándosela".