Pensaba dedicar esta colaboración a otro asunto. Pero la actualidad se impone. Ante ella lo que quiero exponer es por qué no estoy impresionado por la algarabía en torno a la corrupción política.

Recurramos a la moviola. Por si le suena: 1992 empezó con grandes ilusiones (...). Pero terminó angustiado ante la burbuja especulativa que se deshinchaba y que llamaron "crisis". 1993 acabó peor: con la intervención de Banesto que nada bueno presagiaba, los escándalos que unían al CESID con los espionajes de la elite y la impresión generalizada de que Madrid y Barcelona eran una olla a presión a punto de estallar que podían desparramar su contenido de "dossiers" y podredumbre por toda la península. De todas formas, es 1994 el año que pasará a la historia. "Incluso para un país que vive la picaresca desde los tiempos de Cervantes, ha sido éste un año extraordinario para España", decía el International Herald Tribune. Y los escándalos se acumulaban: Guerra, Rubio, Roldán, De la Concha, Conde, De la Rosa, los GAL entre los grandes, a los que se añadían los casos Hormaechea, BOE, Naseiro, Filesa, Burgos, Osakidetza, Ollero, Brokerval, Casinos, las tragaperras... y hasta el del alcalde de Córdoba. 1994 fue el año de la corrupción o, mejor, de las acusaciones de corrupción ante las cuales los ciudadanos se debatían entre la creencia del "todos son iguales" y el maniqueísmo "de analizar la realidad del adversario como algo horrible partiendo del falso apriorismo de nuestra condición de impolutos querubines", como decía Diario 16 en editorial. La opción parecía ser una de dos: o todos los políticos eran corruptos o sólo los del otro bando lo eran.

Los escándalos se fueron sucediendo como olas cuyo ruido tapa el de la precedente. El resultado fue ensordecedor (...) Eran los tiempos del "sindicato del crimen" y de los periodistas independientes en pro de la libertad de expresión, y el resultado de esta trifulca no podía ser otro sino el de aumentar la confusión del sufrido lector ajeno a tales cenáculos (...). Para mayor confusión del navegante periférico "ajeno a ese tipo de conocimientos" como es mi caso, el director general de la Cadena SER aseguraba en Radio Nacional que "la corrupción en la sociedad española no es un patrimonio exclusivo de la clase política española; también hay corrupción en el periodismo español". ¿De quién fiarse, entonces? ¿Cómo entender lo que estaba sucediendo si no se sabía bien qué ocurría ni quién mentía, exageraba o manipulaba? Lo que muchos hicieron fue aceptar como noticias veraces sólo las que encajaban con sus ideas preconcebidas y rechazar las contrarias como "exageraciones de los periodistas", "partidismo" (de los demás, por supuesto), "fiebre de venganza", "enemistad personal", "conspiración", "campaña orquestada" y todo aquello que continuó en 1995 con insultos, conjuras, acusaciones, crispación, voto de censura, voto de confianza, recusaciones, maquinaciones, pérdida de papeles... Y los jueces, claro, los jueces: entre Garzón y Barbero.

Corrupción había y hay. Consta lo que tal vez sea la punta del iceberg. Y había y hay gente dispuesta a luchar contra la corrupción. También consta, pero menos. A mí por lo menos sí que me consta (...).

Bien, desde el "por si le suena" todo lo que sigue es copia de la introducción de un librito que publiqué en 1995 cuando el grito era "váyase, señor González", sustituido ahora por el "váyase, señor Rajoy" y el previo "golpe de Estado mediático". Le he quitado algunas frases que no añaden mucho a lo que ahora preocupa ni alteran el sentido de lo de entonces. El librito concluía con algunas sencillas medidas para evitar la corrupción y, en su caso, detectarla. La copia es para que se vea que no hemos avanzado mucho y por una razón muy sencilla: los partidos, cuando están en la oposición, son muy estrictos con las corruptelas del poder, cosa que olvidan cuando llegan a la poltrona. La solución del problema de lo que se hace con nuestros impuestos contra nuestros intereses no es que el gobierno dimita y se convoquen elecciones generales si eso no va precedido por un compromiso generalizado para poner en práctica medidas para evitar la corrupción y, en su caso, descubrirla.

Porque la cuestión no es acusar al otro ("y tú más"), sino evitar el tener que hacerlo en el futuro. Aprovecharlo para sacar tajada electoral está dentro de sus reglas del juego, de su inercia política, pero no tendría que ser seguido por un electorado razonable que no se deja involucrar en peleas político-mediáticas.