La noticia, difundida en varios medios de comunicación, de mi afiliación a Compromís, ha sido acogida por amigos y conocidos de diversa manera. Ha imperado el respeto y la simpatía, que en ocasiones ha llegado a un apoyo explícito materializado en otras afiliaciones. Pero algunos han mostrado extrañeza. A ellos y, también, a mis lectores habituales, dedico este artículo. Y no porque crea que es necesario justificar nada sino porque intentaré introducir, al hilo de la explicación, elementos de reflexión de algún interés general. En todo caso el asunto tiene dos partes: porqué vuelvo a la política partidaria y porqué lo hago, en concreto, a Compromís.

Pertenezco al gremio de los profesores de Universidad-investigadores-intelectuales, uno de los mejores valorados socialmente y, sin embargo, me acerco, aun sin dejar el otro, al de "los políticos", uno de los peor valorados. ¿Merece la pena? La paradoja es que esa pésima valoración se produce, en buena medida, por razones éticas pues, con la crisis, hasta la misma ineficacia ha devenido causa de inmoralidad. Y, sin embargo, me afilio por una fuerte motivación ética. A lo largo de mi vida he militado varias veces en partidos y desempeñado cargos públicos de relieve pero, por razones que no vienen al caso, abandoné esa política "en partidos" hace unos doce años. No creo, sin embargo, haber dejado nunca la política: en ese tiempo he asumido compromisos cívicos en asociaciones o a través de escritos o conferencias: no me he ocultado. Pero ahora, precisamente porque el descrédito de la política es enorme, me parece que es el momento de que personas que nunca hemos mezclado lo público con los negocios ni hemos mercadeado con ideas, nos afiliemos a un partido. Creo que esa obligación moral es mayor, incluso, en aquellos que en el pasado tuvimos una dedicación intensa: anterior militancia y cargos públicos son deudas que tengo con la sociedad y que hay que pagar ahora, cuando vienen mal dadas, devolviendo, si puedo, lo que aprendí. Y, al hacerlo, aprender nuevas cosas.

Por otra parte soy consciente de que es muy fácil permanecer puro en determinados ámbitos, en torres de marfil y huertos cerrados en los que la crítica se desliza en voz baja. Los políticos, sin embargo, han de salir cada mañana a dar la cara, a estar públicamente sometidos al escrutinio de toda clase de damnificados por la crisis. Quien me haya venido leyendo sabrá que no escatimo críticas a muchos políticos indignos, estúpidos y vagos, pero no encontrará ninguna que pretenda castigar a una presunta "clase política" global. Al lado de los políticos perplejos, preocupados y apasionados por el devenir de las cosas es donde yo quiero estar ahora. Un partido, tras mi trayectoria, es la mejor opción para hacer ese gesto.

¿Y por qué Compromís? No haré aquí un panegírico general, una propaganda innecesaria. Tampoco mi sectarismo me lleva a no ver que en otras fuerzas hay buenas ideas, personas limpias. Pero de Compromís me interesa que haya salvado, más que nadie, la dignidad de alguna institución, mientras otros yacían sumergidos en la indecisión; que haya movilizado a miles de jóvenes cuando otros dejaban que se quedaran en sus casas los días de elecciones; que no ignore la dimensión española y europea de la crisis y sus circunstancias pero que muestre una proximidad necesaria cuando los grandes partidos se pierden en laberintos invisibles de palabras en el Madrid de las maravillas; que sea capaz de promover la unión estratégica de posiciones capaces de conformar el horizonte básico del progresismo en el País Valenciano y que cada una de esas posiciones haya sabido actuar con generosidad y sentido de apertura. Me interesa, pues, su reciente pasado y un presente claro, comprensible, realista. Y, sobre todo, me interesa que esas mismas características le sitúen como una pieza clave en la conformación de una mayoría alternativa capaz de derrotar a la derecha valenciana: no es un problema de suma de votos, sino de convicción para dinamizar la potencia de cambio, para superar incertidumbres sembrando esperanzas donde, por años, no ha habido sino resignación y miedo.

Soy consciente de que decir estas cosas, sobre todo en Alicante, genera expectativas demasiado grandes. Por supuesto Compromís ha cometido errores -y los cometerá- y tiene sus puntos débiles. No es el menor su dificultad para integrar a los miles de nuevos afiliados en estructuras reducidas, maduradas en épocas en las que sus antecedentes partidarios eran muy débiles. Y me refiero a integración orgánica, ideológica, programática y simbólica. Pero ya quisieran otros partidos que su problema fuera un crecimiento en el que nada tiene que ver el clientelismo ni el oportunismo. Por eso, acudir a Compromís a construir es lo que me parece más interesante. Opiniones y juicios de intención habrá para todos los gustos: demasiados años en estas cosas como para no saberlo. No han sido suficientes para frenarme, por supuesto. Y a partir del domingo que viene seguiré siendo el mismo, que mis artículos irán por donde suelen. A mi edad y con mi currículum uno no se afilia a un partido para berrear por cargos ni para esperar que lo reeduquen. Es, sólo, que se lo encuentra en el camino de la vida, y con responsabilidad, pero sin mística ideológica, decide ver si puede ayudar en algo. Tal y como vienen los tiempos, bastante afirmación de entusiasmo es esto que digo. Ojalá hubiera más entusiastas en vez de menos impotentes ladradores a la luna. Pero de todo tiene que haber en la viña del Señor. A mí, ahora, me toca Compromís. Que lo disfrute con alegría y salud.