Hombres y mujeres agotados, víctimas de un cansancio infinito cuando intentaban abrirse paso por las estepas siberianas o los desiertos del centro de la tierra, los pies machacados de caminar tantas millas sobre el hielo o la arena, sus voces cercenadas por el furioso ruido de las ventiscas gélidas o abrasadoras. Así nos hemos sentido nosotros durante años, años y más años, con nuestras voces también silenciadas por una especie de viento invisible que nos borraba las palabras cuando denunciábamos una y otra vez ante la Generalitat las deficiencias sanitarias y educativas de nuestros pueblos; así nos hemos sentido, con el mismo tipo de agotamiento eterno cuando pisábamos el duro arcén en marchas de protesta por el caos escolar de Benidorm, Dénia, Ondara, La Vila, La Nucía, Xàbia, PolopÉ Y así seguimos. Así estamos. Con la misma cantinela de siempre -tan tópica, tan cansada, tan radicalmente cierta- de que esta tierra valenciana de parques temáticos, premios automovilísticos y dinero fácil lapidado en un lustro está plagada de escuelas que se hunden, de prefabricadas que se vuelan. Con un oportunismo que lindaba la mezquindad, el presidente de la Generalitat, Alberto Fabra, instó a las empresas catalanas supuestamente atemorizadas por el independentismo de Mas y Junqueras a que se trasladaran a la Comunidad Valenciana; lo que no dijo Fabra es que los hijos de los trabajadores de esas empresas no tendrán una educación pública digna; lo que no dijo Fabra es que los institutos y colegios de esta autonomía -el Pere Maria Orts de Benidorm, el Hispanidad de Santa Pola- son incluso peligrosos para la integridad de los niños. Qué omisión más vergonzosa. Qué falta de ética. La misma que nos ha llevado adonde están nuestros servicios públicos: al desierto, a la estepa, a la nada.