Profesor: Estos días se cumplen tres siglos de la fundación de la Real Academia Española. Se propuso "limpiar, fijar y dar esplendor" al castellano. Es decir: instar a que se utilicen las palabras idóneas. Ya habréis observado que no resulta fácil decir lo que queremos decir.

Juan y Ana levantan la mano: desconocen dos de las palabras que acaban de escuchar. Lucía, encargada esta semana del Diccionario RAE, lee sus definiciones, que los alumnos escriben en su cuaderno de clase, en el apartado Aumento mi vocabulario. El profesor las comenta y continúa:

-Para conseguir ese esplendor la Academia publicó un Diccionario de Autoridades, en el que junto a cada palabra figuraba una frase de una "autoridad" literaria (por ejemplo, Cervantes), que mostraba la exactitud de su utilización. También editó la Ortografía, la Gramática...

-Pedro: ¿Y qué más da esa exactitud, si nos entendemos?

-Profesor: Importa menos si tienes delante a aquel con quien hablas: tus gestos le dicen lo que no pronuncias. Cuando escribes, el otro solo entiende lo que le dicen tus palabras. De ahí la importancia de la precisión. A veces recurrimos a la comparación, la metáfora, la exageración, el coloquialismo... y las palabras necesitan un contexto, o una situación, para quedar claras... ¿Cuántas veces dices y oyes "¡...pero si no es eso lo que yo quería decir!", o "¿... es que no me entiendes"? Pregúntate si, tal vez, no te entienden porque no te explicas... con precisión... Cuando, dentro de poco, creas ser dueño de tu vida y trates algún tema decisivo te darás cuenta de lo fácil que es malinterpretar y lo difícil que es rectificar. Al principio eres lo que los demás ven; luego, lo que sientes y piensas, manifiesto solo en lo que dices. Finalmente, tú eres tus palabras.

-Paula: Y si quieres que algún día te entiendan en inglés, ¿por qué no en la lengua de aquellos con los que hablas todos los días?

-Pedro: ¡Yo hablo con el lenguaje universal del cuerpo, pobriña, que tendrás suerte si encuentras algún hambriento que te quiera devorar!

El profesor ataja un breve murmullo de machismos y feminismos... Luego sugiere lo indispensable para que alguien ponga voz a lo que resulta más efectivo en boca de un alumno que de un profesor. Y es la sufrida Paula quien vuelve a hablar:

-Tú solo ves defectos en los demás. ¿No es mejor resaltar las virtudes? Que tú seas un guaperas no tiene ningún mérito: pocos esfuerzos te ha costado nacer así. Pero quienes superamos nuestras limitaciones merecemos un respeto. ¿Cómo te sentirías si todos nos riéramos porque no apruebas una?

El profesor afirma que Paula tiene mucha resilencia (palabra -aclara- aún no incorporada al DRAE y que significa autosuperación). Luego indica a Pedro que escriba en la pizarra una frase:

-Imagina que estáis en una cafetería. Paula ha pedido una infusión y tú, muy amable, se la vas a servir. Ella está con la taza en alto; tú la miras tratando de adivinar si quiere mucho o poco. Entonces Paula te dice la frase que has escrito: "Nunca sabrás cuánto te quiero". ¿Cómo reaccionas?

-¡A mí ni tocarme... que me deje en paz y se vaya con sus libros!

-Si no faltases tanto a clase... ¿Quién se lo explica?

-¡Tontorrón! -con permiso profe: es un coloquialismo-, dice Yolanda: escribe té con acento, como indican el contexto y la situación en la cafetería, y verás que no te está hablando de amor, tontorronazo! (Por cierto, capullito -con permiso, profe; es una metáfora-: como te vea toqueteando a la indefensa que tú sabes, te voy a tocar yo y, siguiendo la teoría de Darwin, la de la supervivencia del más fuerte, vas a saber lo que es castrar a un cerdo -metáfora e hipérbole, profe-).

Lucía lee otras palabras del Diccionario. Pedro hace un gesto de escondida vergüenza... Suena el timbre.