En estos tiempos en los que, mires por donde mires, algo huele a podrido, no podía faltar el hecho de que algo turbio -falto de claridad y de licitud dudosa-atentara contra las mismas entrañas de la función de la Abogacía. Y hago esta reflexión al hilo de la noticia que recogía este diario el pasado sábado, 19 de enero: Una investigación implica a abogados y notarios alicantinos en un fraude millonario a Hacienda.

Al margen del principio constitucional de la "presunción de inocencia", y desconociendo del fondo del asunto y la presunta participación en el entramado base del presunto fraude, no tengo más remedio que recordar el estatuto y el Código Deontológico de la Abogacía, así como la lucha que, tras siglos, mantenemos para eliminar esa fama que los abogados hemos tenido cara a la sociedad y que, con tanta dificultad, tenemos que ir superando.

Desde los fueros, donde aparecíamos como culpables de casi todos los males: "Buen abogado, mal cristiano" (Fuero de Segovia), "El que llama a un abogado es que ha matado o mucho ha robado" (Fuero de Palencia) o "El error de un médico la tierra lo tapa, el del abogado el dinero lo sana" (Fuero de Burgos), hasta las diversas denominaciones que el devenir de los tiempos y la propia sociedad nos ha venido dando, casi siempre despectivamente: "abogadete", "catarribera", "leguleyo", "picapleitos", "rábula", "tinterillo"É ¡qué barbaridad!

Pero ante todo, contamos con un estatuto y un código deontológico del que podemos, incluso, presumir frente a otros colectivos de cuyo nombre no quiero acordarme (quizá la patria de Don Quijote fuese Argamasilla de Alba y no quería recordar aunque quisiera). Y así, taxativamente y con rotundidad, nuestro estatuto preceptúa: "En ningún caso la tutela de los intereses que le sean confiados puede justificar la desviación del fin supremo de justicia a que la Abogacía se halla vinculada".

Mi reflexión de hoy tiende exclusivamente a ponderar la función de nuestro colegio profesional, sin corporativismos al uso y como aviso a navegantes, garantizar la independencia y libertad de la Abogacía yÉ creo que se me entiende.

Como nota final entresaco un párrafo de una novela que acabo de leer, en la que el protagonista hablando sobre los abogados, dice: "Todavía tengo que encontrar un abogado que no sea capaz de robarle los ahorros a su madre, los ahorros y el colchón donde los esconde" (Philip Kerr). Menos mal que es una novela, ¡y de la serie negra!, pero como he dicho, esa fama tenemos que desmontarla en el día a día, con el compromiso de nuestra vinculación a la Justicia yÉ creo que mi amigo el pescadero también lo entiende.