Cuando uno lee los clásicos, se da cuenta de porqué lo son. La clave está en que, leída una obra varios siglos después de haber sido escrita, tenga la vigencia de un texto redactado ese mismo día.

Lope de Vega, en su magnífica obra Fuenteovejuna, nos cuenta cómo, ante los desmanes de los dirigentes políticos, y la inacción de las instituciones, el pueblo se rebela con un levantamiento popular que acaba con la vida del comendador.

También el extremeño Pedro Crespo, Alcalde de Zalamea creado por Calderón de la Barca, hacía su propia justicia a los poderosos, como algún alcalde actual ha pretendido hacerla encabezando marchas ciudadanas ocupando supermercados y piscinas.

Y, aunque las razones esgrimidas en el Siglo de Oro estaban más en relación con la "honra" que con otras cuestiones como el desempleo, las pensiones, las hipotecas o la precariedad de los servicios públicos, la reacción frente a las situaciones que se perciben injustas y ante las que las normas e instituciones no dan soluciones, acaban generando respuestas imprevisibles y, en muchas ocasiones, violentas.

Hasta el momento, las protestas españolas, en contraposición a las protagonizadas en otros países, y a pesar de algunos incidentes concretos, han sido bastante civilizadas, y es de agradecer que no tengamos ni comendadores ni capitanes ajusticiados, aunque muchos quisieran ver a algunos de ellos, al menos, enjuiciados.

En todo caso, es lo cierto que, cuanto más severa es la situación soportada por la ciudadanía, más probabilidades hay de que la paz social se quiebre y de que se endurezca la respuesta en la calle.

Locke, interpretando las tradiciones aristotélicas, reflexionó en sus escritos de hace más de dos siglos sobre la legitimación del poder y de los gobernantes, así como sobre el derecho natural del ciudadano a resistirse ante una forma de poder injusta, siendo éste uno de los fundamentos teóricos básicos de todo movimiento revolucionario.

Nunca se sabe cuál puede ser el hecho concreto que desencadene una revolución: la subida del precio del te en Boston; la toma por el pueblo de una prisión como la Bastilla; o una excesiva respuesta policial en una manifestación ciudadana. Lo cierto es que cuando una situación está dominada por la conflictividad social y por las necesidades acuciantes de los ciudadanos, una simple chispa puede hacer arder a un país.

Los movimientos sociales, para generarse, requieren de la existencia de una situación de agravio y de la demanda de cambio percibido por una pluralidad de personas, y esa pluralidad, en la situación actual, está siendo, permítaseme el juego de palabras, de lo más plural. Es curioso ver en las mismas manifestaciones y protestas a los médicos junto a los pacientes; a los profesores junto a los padres y a los alumnos; o a los jueces junto a los funcionarios de justicia, los fiscales y los abogados; a los mayores con pensiones recortadas, junto a los jóvenes sin empleo; y, como colofón, algunos sindicatos policiales abogando por la objeción de conciencia para que los agentes no realicen determinados servicios, como los de asistencia a los desahucios.

En este punto me ha resultado muy significativo el que la única oferta de empleo público de consideración que se ha publicado este año haya sido, precisamente, para fuerzas y cuerpos de seguridad (más de doscientas plazas para Policía Nacional y casi quinientas para guardias civiles), pues el aumento de las fuerzas policiales me trae a la mente, de pronto, dos ideas, las cuales son, a mi parecer, dos caras de una misma moneda, a saber:

Más recortes y más copagos, más descontento social, más presencia de los ciudadanos en la calle: más policía para reprimir.

Más recortes y más copagos, más dificultades para llegar a final de mes, aumento de la delincuencia: más policía para hacer frente al delito.

Y que conste, y a ello dedicaré alguna reflexión otro día, que creo que la Seguridad (junto a la Justicia) es para mí el cuarto pilar del Estado del Bienestar, junto a la Sanidad, la Educación y los Servicios Sociales, y que soy un convencido de la necesidad y profesionalidad de nuestros Cuerpos y Fuerzas de Seguridad, pero no puedo por menos que pensar que, cuando en un entorno de restricción del gasto público y de congelación de oposiciones, se realiza una oferta pública de empleo de varios cientos de plazas para Policía y Guardia Civil, el mensaje que se nos envía es el de que nos esperan más recortes y más ajustes de cinturón, que serán tiempos duros, de protestas (cuando no revueltas) y de aumento de la delincuencia, y que por ello hace falta buscar alguien que guarde "el orden".

En todo caso creo que, aunque apretarse el cinturón pueda ser necesario, cosa que no dudo, el cinturón no debe ser correa y nunca ha de ceñirse tanto como lo hizo el garrote del Alcalde de Zalamea sobre el cuello del Capitán, porque cuando uno nota que le falta el aire . es capaz de cualquier cosa.