Este fin de semana acudí al Vial de los Cipreses a dar mi último adiós a la Caja de Ahorros del Mediterráneo, la Caja de cientos de miles de alicantinos y murcianos, la que fue de Alicante y Murcia, del Sureste, la que surgió del empeño de muchas pequeñas en ser una grande, y vaya si lo consiguieron. Allí estaba, en una de las salas mostrando, tras la cristalera de rigor, su demacrado rostro tras una dolorosa agonía. Acomodada en un féretro de clase media, no vivimos momentos para gastos suntuarios, pero rodeada de miles de coronas y ramos de flores enviados por otros tantos clientes, impositores y trabajadores de épocas pasadas, que en este caso sí que fueron realmente mejores. Alguna mano anónima la desconectó de Agua Amarga. Un verdugo caritativo de corte berlanguiano la desenchufó de la maquinaria que la mantenía en ese finísimo hilo vital propio de quien espera con resignación la definitiva visita de la parca.

En su certificado de defunción figura como causa última de la muerte un paro cardíaco, pero todos sabemos que hay algo más, como en esas novelas de género negro en las que el detective duda, y se empeña en buscar otros fundamentos que justifiquen con más racionalidad el óbito. Todos sabemos que en el caso que nos ocupa la frase acertada sería aquella de "tras una larga y penosa enfermedadÉ". El cáncer que ha acabado con la Caja de Ahorros del Mediterráneo comenzó con su exposición a la gran cantidad de productos tóxicos que le inocularon, con su torpeza habitual y su desastrosa gestión, los últimos directivos enrocados en su prepotencia. La metástasis se extendió con inusitada rapidez debilitando sobremanera sus órganos vitales que no pudieron aguantar los continuos embates de unas células cancerígenas que, sin prisas pero sin pausas, fueron sustituyendo a las que en su día constituyeron los otrora sanos tejidos de los órganos vitales de la entidad de ahorro. Comité de Dirección, Consejo de Administración y Comisión Ejecutiva dieron los primeros síntomas de la irreversibilidad de la temible enfermedad.

A pesar de su avanzada edad, 137 años la contemplaban, su estirpe le permitía ver el horizonte de la longevidad a través de venideras fusiones que sanearan sus circuitos y dieran viabilidad a su futuro, como así había venido sucediendo en tiempos pasados. Pero el despotismo con que actuaron sus últimos próceres impidió todo fútil intento de curación de una enfermedad de la que solamente ellos son responsables.

En el tanatorio, tuve la oportunidad de departir con amigos y compañeros que fueron a acompañar a la ya extinta CAM. Apesadumbrados se encontraban Miguel Romá, director antes de la fusión con la CAPA, y Juan Antonio Gisbert, director tras la citada fusión, ya que en sus equipos figuraban en puestos de responsabilidad dos de los principales actores de la debacle como lo han sido Roberto López y María Dolores Amorós. Con lágrimas en los rostros desencajados por la pérdida, los allí congregados alrededor de la Caja de Ahorros del Mediterráneo, y con el recuerdo de personajes como Antonio Ramos Carratalá o Curro Oliver Narbona que con maestría gestionaron los recursos de la institución alicantina, dieron sepultura a quien llegó a conformarles como una familia, en la que el respeto, profesionalidad y confianza eran valores que al cruzar la puerta de cualquier oficina, se suponían. Descanse en paz la Caja de Ahorros del Mediterráneo.