Afinales del mes de noviembre comenzaban a proliferar por las entonces polvorientas calles del municipio de Torrevieja los gatos muertos y los zapatos viejos. Su aparición era el preludio de la llegada de las fiestas patronales, las del 8 de diciembre día de La Purísima Concepción.

La pobre vaquilla de turno, sujetada por los cuernos con largas cuerdas, arremetía contra los vecinos que la jaleaban mientras por los aires surcaban los cadáveres de los mininos y de los zapatos buscando, a veces con puntería, un destinatario donde impactar. Se registraban zapatazos gloriosos y algún que otro gatazo memorable.

El personal en este festejo de aquel pueblo de entonces, de casas de planta baja con una o dos rejas en sus fachadas, se subía a lo más alto de ellas para evitar embestidas, bien de la vaca o de los convecinos en alguna de las aglomeraciones que solían producirse cuando el animal enfilaba en carrera a los más atrevidos.

Había una especie de ritual en el itinerario en esta fiesta callejera: Quienes tiraban de las cuerdas encaramaban a la vaca todos los años en los portales de Correos y Telégrafos, en los del Casino, en el Ayuntamiento y en la sede de la Compañía Salinera. Nunca supe, y sigo sin saber, si estos actos respondían a la rebeldía de un pueblo o a su sumisión.

De cuando se honraba a Santa Bárbara. Hubo un tiempo donde "disfrutamos" de este festejo taurino por partida doble, fue cuando los salineros tuvieron por patrona a la de los mineros, a Santa Bárbara.

La Compañía Salinera también ofreció esta especie de circo antes de la fecha grande de su celebración, el 4 de diciembre. Llegó un alcalde con nombre y apellido de evangelista, se llamaba Juan Mateo, y con buen criterio eliminó el espectáculo.

Los del mundo del toro torito toro. Otro primer edil de aquella época, Vicente García y García -se firmaba el hombre- lo recuperó pero montando un cercado provisional frente al comienzo del rompeolas de levante. Ya no fue lo mismo, aunque llegamos a contar en aquella empalizada con la participación de José Francisco Boj Ortigosa, "El Salinerito", quien hasta entonces solo toreaba de salón en el café España.

Los asistentes a sus exhibiciones le pusieron en el brete de dar un par de capotazos con más pena que gloria. Mas tarde tuvimos una plaza de toros, ya desaparecida para construir adosados, y en su ruedo Gerardo "El Estefano", todo gracia y salero, entusiasmaba a las chicas con sus requiebros y capotazos delante de los morlacos.

En la misma plaza El Salinerito se cortó la coleta. Este novillero de corazón jamás llegó a plantarse delante de un novillo, a pesar del brillante pasodoble que para él compusieron los recordados Antonio Pérez Fenoll "El Caballico" y Francisco Atienza con música de Ricardo Lafuente.

Serafina la rubiales es una chica muy fina. Bartolo se llamaba aquel "charamitero". Alto, flaco, con gorra de paño y pañuelo blanco de seda al cuello. Los gigantes y los cabezudos presentaban entonces un lamentable estado de conservación lo que motivó una colecta popular para su restauración. La abrió el entonces niño "Cayetanín" Bernabé Melendez.

Eran los tiempos de la procesión, del canto de la Salve Marinera o zarzuelera, que cuando crees que ya se acaba vuelve a comenzar con sus repetitivos compases. Del otro himno de La Patrona, cuya imagen la ponían frente a la cruz de los caídos por Dios y por España y al llegar a la explana del Casino se alzaba, como ahora, poniéndola cara al mar. Por aquel entonces, los marineros y patrones de cabotaje hacían virguerías por echar las anclas de sus veleros en la rada torrevejense por estos días y el baile de gala en el Casino era anunciado en los modestos programas de fiestas y donde sólo tenían acceso los socios. Recuerdos de una época en que éramos pobreticos pero "honraos". No estábamos pendientes de los recortes a nuestro bienestar como ahora, un día sí y otro también.