El viernes 22 de marzo de 1940 a las diez de la noche apareció en el centro del municipio de Dolores, un pasquín escrito a lápiz y pegado con harina junto a una ventana del edificio de Correos. El texto comenzaba con un viva el comunismo, hacía un llamamiento para "aplastar al fascismo traidor" y terminaba con un viva al ejército rojo, Negrín, Azaña y un "salud y comunismo revolucionario". Al día siguiente, la Guardia Civil detuvo a Josefa García García, La Pechitos, soltera, analfabeta, de 16 años, natural de Orihuela, vecina de Dolores, militante de la Juventud Socialista Unificada (JSU), que durante la Guerra Civil había trabajado como sirvienta y denunciado por fascistas a un notario, un médico y un juez de instrucción. Había sido encarcelada entre julio y diciembre de 1939 por un incidente relacionado con la prostitución y en el que estuvieron involucrados dos falangistas.

En los días siguientes, declararon tres jóvenes más. El primero fue José Cano Illescas, Cano el Denia, de 17 años, carretero, músico de la banda municipal, también militante de las JSU, que confesó que había escrito el texto porque Josefa le había dicho "que no era un hombre y menos un rojo"; el segundo en declarar fue Manuel Sansano Navarro, Cojo el Justo, de 22 años, obrero de la fábrica de conservas y novio desde unos días antes de Josefa. Por fin, compareció José Norte Esteban, Caravaca, jornalero de 21 años, soltero y militante de las JSU. A este se le preguntó si fue el que pintó con un lápiz rojo el labio inferior de un retrato de José Antonio Primo de Rivera. Confesó que sí, "por un mal pensamiento que me dio", pero que no tenía nada que ver con el pasquín.

El 26 de marzo de 1940 fueron detenidos, como autores convictos y confesos, Josefa García García, José Sansano Navarro, José Norte Esteban y José Cano Illescas. El atestado de la Guardia Civil permitió la instrucción del procedimiento sumarísimo 8.001, por "hechos de la máxima gravedad". El 3 de abril, FETJONS de Dolores mandó informes de los cuatro confirmando las militancias y las denuncias realizadas durante la guerra. El 6 de abril de 1940 un tribunal militar de Alicante condenó a muerte a los procesados Josefa García García, José Norte Esteban y José Manuel Sansano Navarro por el delito de adhesión a la rebelión. José Cano Illescas, el autor material del pasquín fue condenado por el mismo delito a la pena de 20 años de reclusión menor. Internado en la prisión de El Dueso, en Santoña (Santander) fue indultado el 9 de febrero de 1948. El 4 de mayo de 1940, a las dos de la mañana, los tres condenados a muerte entraron en capilla. A las seis de la mañana fueron fusilados y un teniente médico certificó la muerte de los tres jóvenes.

El relato que acabamos de ofrecer forma parte del procedimiento sumarísimo número 8.001 de la provincia de Alicante, expediente conservado en el Archivo Histórico de la Defensa de Madrid, archivo que, gracias a la Ley de la Memoria Histórica, podemos por fin trabajar los historiadores. El ejemplo que hemos relatado forma parte de la historia de las 724 personas que en la provincia de Alicante fueron fusiladas entre 1939 y 1945.

Dolores tenía en 1940 poco más de 5.000 habitantes. Durante la Guerra Civil, estando el municipio en el bando republicano, se quemó la iglesia y se destruyeron dos imágenes del escultor Salzillo, pero no hubo ninguna víctima como consecuencia de la violencia política. Los hechos que hemos narrado a partir del expediente nos indican la importancia que el franquismo concedió, una vez terminada la guerra, a cualquier hecho considerado como subversivo. Un pasquín escrito a lápiz y pegado con harina por una chiquilla analfabeta fue considerado "de la máxima gravedad". Los documentos dejan pocas dudas acerca de que se aplicara la tortura en el atestado de la Guardia Civil y aún más sorprendente es que el autor material del pasquín no fuera condenado a muerte. Una conjetura que puede establecerse es que su familia tuvo mayor capacidad de influencia que la de los tres ejecutados. Setenta años después, una terrible e injustificable sentencia que costó la vida a tres jóvenes y ocho años de cárcel al cuarto implicado ha pasado al más absoluto de los olvidos. Hace unos meses, una joven estudiante de la Universidad de Alicante me preguntó mediante un correo electrónico si sabía algo acerca de una antepasada suya, Josefa García García, hermana de uno de sus abuelos. Por no saber, ni siquiera conocía dónde podía estar enterrada. No pude entonces decirle más que, con toda probabilidad, estaría en una fosa común del cementerio de Alicante. Hoy me alegro de poderle ampliar la información.