En los años ochenta no pocos enfermos de sida murieron desamparados en la calle o en vehículos abandonados. En la medida que la sociedad y las administraciones tomaron conciencia de la situación y asumieron la evidencia de que el sida no era una enfermedad exótica ni excepcional, y que podía afectar a cualquier persona que tuviera prácticas de riesgo sin protección, surgieron los comités y asociaciones antisida en defensa de los afectados, de sus derechos, luchando contra la discriminación y la ignorancia. Fue una tarea difícil y aún lo es. Más difícil todavía fue lograr la apertura de viviendas que acogieran a personas con VIH/sida en situación de total desamparo o en el estadio final, terminal, de la enfermedad. Algunas de dichas viviendas tuvieron que funcionar, incluso, de forma clandestina para evitar el rechazo de vecinos más insolidarios que ignorantes. Poco a poco se fueron venciendo prejuicios y dichas casas demostraron no ser un peligro para nadie, sino todo lo contrario: no solo prestaron asistencia a las personas con sida que las necesitaban, sino que también dieron un ejemplo de convivencia a la población en general. Casa Véritas de Alicante, gestionada por Cáritas, es una de ellas. Un verdadero hogar para muchos y muchas que encontraron aquí cuidados y calor humano. Pues bien, su existencia está amenazada: recientemente se ha realizado el pago correspondiente al ejercicio de 2011, la subvención que el Consell se había comprometido otorgar y que asciende a unos 400.000 euros. La irregularidad y retraso en el abono de los pagos mantiene en vilo a los profesionales que atienden a las personas acogidas en Casa Véritas, con la incertidumbre que ello conlleva. Sin recursos como este se condena a los enfermos de sida, en situación de exclusión social, a morir en la calle.

Casa Véritas tiene una capacidad de 14 plazas para enfermos sin recursos ni apoyo familiar, en situación de salud muy delicada y otras 4 plazas en un piso de acogida para personas que debido a los tratamientos antirretrovirales no desarrollan la enfermedad. Afortunadamente, actualmente y gracias a los fármacos antirretrovirales que han convertido en crónica la enfermedad, se ha roto la terrible y letal ecuación de los comienzos de la pandemia: sida = muerte.

Pero, aunque parezca inconcebible, ocurre que en la España de Rajoy volvemos a los ochenta, como si de un revival siniestro se tratara. El Plan Nacional del Sida ha sido desmantelado y casi no existe; muchas administraciones se dedican a practicar el recorte a destajo y estas medidas incluyen abandonar la entrega de medicación a inmigrantes que hasta ayer mismo la recibían y a cortar el grifo de las subvenciones a las ONG que los atienden. Es decir, condenan a no pocos enfermos a morir en la calle o en un vehículo abandonado como en los primeros tiempos. Estas personas llegarán, si llegan, a las urgencias hospitalarias en donde podrán recuperarse, pero serán dados de alta al poco tiempo y tendrán que volver a ingresar una y otra vez... hasta el fin. Estos recortes (guiados por criterios economicistas que no económicos) en realidad no disminuyen los gastos y además afectan a la salud pública aumentando la propagación de enfermedades infecciosas y contagiosas (sida, tuberculosis, hepatitis y otras). En lo que sí se recorta es en la expectativa y calidad de vida de las personas afectadas. En España se vuelve a aplicar la pena de muerte, esta vez, sin utilizar el horrible garrote vil, pero de manera no menos dolorosa.

El Grupo de Estudios de Sida (GESIDA) estima que entre 1.800 y 3.220 pacientes diagnosticados podrían quedar desatendidos al perder la tarjeta sanitaria, y subraya que el 70/80% de ellos está recibiendo tratamiento. Una de las consecuencias de esta política de recortes es que aumentará entre un 10 y un 20% anual los casos de VIH/sida (y se está refiriendo a personas que han desarrollado la enfermedad de manera significativa, sin tener en cuenta a las personas que están padeciendo el comienzo de la infección, que deberían ser tratadas precozmente). En este nuevo Día Mundial del Sida el balance es desalentador.