Sucede que se reúnen todos los pensadores gubernamentales del país, los que creen que los dioses ayudan a quienes no se esfuerzan para encontrar las soluciones. Parlotean, preguntan por el milagro y por el dios que ha de rescatarlos hoy de su naufragio. En lugar de concluir que el reciente y falso estado de Jauja ha sido un paréntesis de soñadores desnortados, consideran que el paréntesis es esto que llaman crisis, y quieren restaurar aquel tiempo de pompa y circunstancia denominado Estado de Falsoestar, en el que los bienestares eran eufemismos de hipotecas, sueños de grandeza e ilusas ilusiones.

¿No sería más lógico y curativo aceptar que aquello fue un espejismo en el que se compraba más de lo que se podía pagar, en vez de empeñarse en restablecer el fraude emocional y dispendiario? Dioptrías necesitan los políticos, gafas para mirar y ver; y por carecer de ellas, es lástima que el pueblo, hambriento, no pueda comérselos, por lo indigestos que son.

El presidente de los ciudadanos, cuyo cociente intelectual es inmensurablemente indefinible, es tan diestro en su siniestro proyecto paliativo de "la crisis" que, muy evangelistamente, procura que lo que hace su mano derecha no lo sepa su mano izquierda. Lo malo es que tampoco tiene idea de lo que hace con la mano derecha, que también parece zurda, y todo resulta ser una retahíla de renglones torcidos que ni siquiera entienden los diosecillos provisores.

Si no fuera porque la Historia lo desmiente, se diría que el jefe ministril es el apócrifo e hipócrito autor de la sentencia "Solo sé que no sé nada". ¿Por qué no le dice al ciudadano que compre con el dinero que tiene y no con el que quisiera tener? ¿Por qué prefiere no perder votos callando esa sencilla panacea? ¿Por qué no le dice al reverendo Mas que nadie tiene culpa de que Alfonso X el Sabio eligiera el castellano, y no el cataluño, como lengua de cultura y comunicación? ¿Por qué no propone un referéndum para establecer que sea delictivo cualquier sueldo -por ejemplo- superior a seis o siete mil euros e inferior a dos mil?

Aplicado este socratismo del saber a la enseñanza, fuente de todo futuro, no me extraña que aún se diga, por ejemplo, "el manco de Lepanto"; y no me extrañará que pronto se oiga igualmente "Garcilaso de la verga baja", o que Quevedo era tuerto de oído, o que Lord Byron cojeaba de un brazo. Sin embargo la moderna justicia del aforamiento, esa que se llama Impunidad, permitirá que los pensadores del Estado continúen luciendo su nombre con -heroica y espuria- honestidad.

Y aplicado dicho socratismo a la economía: los gobernantes no se eligen para que vivan mejor que los ciudadanos, sino para que consigan que estos vivan dignamente.

Terrible: el orden de los factores empieza a alterar el producto.