Las ciudades invisibles se titula el extraño y bellísimo monumento a lo urbano que erigió Italo Calvino, con las descripciones de Marco Polo a Jublai Jan de las ciudades que le habían otorgado sus viajes. Saber que todas son imaginadas es lo que las hace radicalmente reales. Se nos permitirá, en este momento en el que las pesadillas andan sueltas por las esquinas y en las que las plazas acogen quimeras, en las que lo sutil se vuelve hosco y lo contundente efímero, que partamos de estas narraciones para indagar en un aspecto singularmente pernicioso de Alicante: su cambio de virtuosa a virtual, de matérica a aparencial. Calvino, quizá, viera en Alicante un trasunto de Zenobia, ciudad de la que era inútil decidir si había que clasificarla entre las "felices o entre las infelices", pues "no tiene sentido dividir las ciudades en esas dos clases, sino en otras dos: las que a través de los años y las mutaciones siguen dando su forma a los deseos y aquellas en las que los deseos o logran borrar la ciudad, o son borrados por ella". Pues de eso se trata: olvidados nuestros mejores deseos y aniquilada la felicidad abstracta como emblema de la ciudad juiciosa que bajaba dulcemente a encontrarse con un mar limpio, y que, en realidad, tampoco existió nunca, qué nos queda por hacer.

Hace justamente un año la PIC formuló una propuesta bien sencilla: aprender a vivir con lo que tenemos, valorizar lo que nos queda, multiplicar los panes que aún están a nuestra disposición. No encontramos eco, lo que tampoco nos ha dolido especialmente: no estamos hechos para eso. Sabemos que, tarde o temprano, alguien recordará esa mínima propuesta. Lo malo es que el año transcurrido ha agravado todo. La sensación de desconcierto, la incapacidad del gobierno local de decir alguna frase que no sirva para acrecentar la sospecha de que hemos estado regidos por piratas presuntamente inocentes, se han incrementado. Nada se ha hecho, con un mínimo de consistencia, que incite a la unidad o que aliente respuestas colectivas. Celosos guardianes, los poderes de esta ciudad, de sus cuotas de miseria, racionan con enérgica desmesura su incapacidad para enarbolar ideas. Pero, mientras, uno de los rasgos que la PIC -y otras entidades- han denunciado, crece y muerde las estructuras urbanas: la dualidad se apodera de todos, las cuñas que abre el paro, la ausencia de inversiones o el recorte de servicios públicos. Por volver a las palabras de Calvino: cuando Alicante se engalana para celebrar alguno de sus tópicos provincianos, último remedo de la felicidad que pregonó, da una bofetada de infelicidad en el rostro de una buena parte de las personas que habitan nuestra ciudad.

Se ha repetido hasta la saciedad que aunque las causas de la crisis sean lejanas, globales, los efectos son siempre próximos, locales. Pero la tentación de unos gobernantes, educados en el egoísmo de los años dorados del despilfarro, de invisibilizar su propia ciudad antes que rendir cuentas o de exponer en la plaza pública un solo proyecto viable e ilusionante, nos condena a seguir sumiéndonos en la opacidad, a desaparecer de aquellos famosos mapas con los que se nos trató de engañar. Sin proyecto metropolitano, sin definición del papel en la Comunidad Autónoma, sin programa real de alianza con la Universidad, sin alternativa pública a una economía basada en un urbanismo imposible y sin cambio en la actitud de prepotencia que tan mal viste la desnudez de este tiempo, estamos condenados a que los efectos generales de la crisis, aquí, sean más insidiosos y más duraderos. Como siempre, Alicante espera ir a remolque. Espera el momento de quejarse de que no nos sacan las castañas del fuego.

Pero no es imposible que la sociedad civil, acompañada por las fuerzas políticas que no sean meras correas de transmisión de corruptos y fantasmones, intente cobrar algún protagonismo. No es imposible que definamos, siquiera sea técnicamente, una cirugía adecuada al costurón que dejará la llegada del AVE; ni que debatamos -más allá de estúpidos tópicos inservibles- nuevas alianzas en favor del turismo; ni que extendamos palabras y gestos para captar amigos en poblaciones cercanas; ni que sentemos a autores de los cuatro planes estratégicos por ver de dilucidar qué sigue vigente y qué es realizable sin financiación fuerte; ni que digamos que el PGOU debe retirarse, y no sólo porque es una obra de la nocturnidad que cuenta con demasiadas huellas, sino porque es inútil, imposible de realizar, porque el afán de ganancia de algunos y el beneplácito de sus honorables satélites, masacró el sentido de la realidad.

Pero, sobre todo, debemos hacer una llamada urgente a aquella parte de la sociedad civil que ya se muestra crítica con lo que nos ha traído hasta aquí, y que, con sus movilizaciones, hace visibles las causas de la infelicidad y pone rostro al dolor de la desigualdad. Llamamos a sindicatos, partidos, asociaciones críticas de todo tipo, para que en todas sus acciones recuerden que el asiento de la solidaridad será, al final, siempre, la ciudad. Para que no olviden que a las frases ingeniosas bordadas en las pancartas o en las redes sociales, debe seguir un trabajo de presión constante y de estudio de las condiciones de vida, de los lugares donde se reproduce la pobreza, de los descampados en los que acampa la indigencia, de los cierres de pequeños comercios que expulsan a la marginación a gentes de todos los barrios, de las desigualdades dentro de las desigualdades en colegios o en centros de salud. Es trabajo de cada uno según su experiencia y orientación. Pero, posiblemente, ya, trabajo colectivo, trabajo del encuentro de asociaciones diversas que quieran ir más allá de la suma efímera de siglas, para constituir, con prudencia pero con energía y perseverancia, un contrapoder de ideas e iniciativas alternativas a la invisibilidad necia y abrumadora con la que nos quieren sancionar los que tienen participaciones preferentes en el control de la ciudad y capacidad para seguir alquilando pequeños ejércitos de imbéciles aduladores.

Favorecer esa toma de conciencia es el proyecto principal de la PIC para este curso. Las palabras son nuestro único patrimonio, aunque somos conscientes de que nuestras palabras, solas, van a servir de poco. Pero quede aquí constancia, al menos, de nuestro compromiso con la esperanza. Calvino, en una conferencia sobre el libro con el que abríamos este texto, diría que lo que le importaba era "descubrir las razones secretas que han llevado a los hombres a vivir en las ciudades, razones que puedan valer más allá de todas las crisis. Las ciudades son un conjunto de muchas cosas: memorias, deseos, signos de un lenguaje; son lugares de trueque, como explican todos los libros de la historia de la economía, pero estos trueques no lo son sólo de mercancías, son también trueques de palabras, de deseos, de recuerdos"; y recordaba que el libro "se abre y se cierra con las imágenes de ciudades felices que cobran forma y se desvanecen continuamente, escondidas en las ciudades infelicesÉ". En estas palabras hay encerrada una advertencia para nosotros, como si Alicante fuera metáfora de sí misma. No es tarea vana reflexionar sobre esto. Y alguien tiene que hacerlo.